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Columna
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La terapéutica de la palabra

Lluís Bassets

El discurso del estado de la Unión es uno de los momentos más solemnes de la vida política norteamericana. En enero, el presidente en ejercicio se presenta ante las dos Cámaras y lee un texto que contiene un argumento central: the state of the Union is strong, el estado de la unión es sólido o fuerte. Inspirado en sus orígenes en el discurso de la corona británica, constituye un momento escenográfico de identificación entre los tres poderes alrededor del presidente: ahí están el gabinete presidencial entero, los jueces del Supremo, y todos los senadores y congresistas, que se prodigan en ovaciones, en algunos casos en pie, y saludan y vitorean al inquilino de la Casa Blanca en su entrada y su salida apoteósicas. Cuando el presidente acaba de llegar, como es el caso este año, el discurso, ya en febrero, se convierte en la presentación política de los presupuestos del año, pero la ceremonia sigue teniendo el empaque y la brillantez del Estado de la Unión anual. El discurso del presidente Obama de la madrugada de ayer (anteayer en Washington) no fue, pues, la canónica pieza oratoria anual y en consonancia con ello no pronunció la frase pautada. Pero dijo otra muy próxima y altamente significativa: "Reconstruiremos, nos recuperaremos, y Estados Unidos emergerá más fuerte [stronger] que antes".

El brío de la nueva presidencia no ha servido hasta ahora para echar el freno a la recesión
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El brío con que Obama ha empezado su presidencia, esos casi 40 días trepidantes, llenos de nombramientos, discursos y decretos, no ha tenido hasta ahora efecto alguno sobre la recesión que va extendiendo su negra mancha sobre la economía global. Las encuestas de popularidad demuestran un alto grado de sintonía de los norteamericanos con su presidente, pero ni las Bolsas ni la economía real han traducido hasta ahora ninguna de las múltiples señales lanzadas por Obama en una recuperación de la confianza ni en una reversión del declive. Dentro de un año, cuando pronuncie su primer estado de la Unión en sentido pleno, Obama deberá esforzarse por aportar argumentos, basados en hechos reales esta vez, que demuestren cómo se ha enderezado el camino torcido para poder pronunciar las palabras mágicas acerca de la fortaleza de EE UU.

La tarea presidencial tiene mucho de terapéutica de la palabra y casi exclusivamente a ello se limita en los primeros compases de la presidencia. Hay que preparar a la gente para aguantar prolongadamente las consecuencias nefastas de una recesión de envergadura desconocida. Aunque el presidente de la reserva federal, Ben Bernanke, aseguró el martes que en 2010 la economía norteamericana podría empezar a levantar cabeza (y consiguió así activar por un día la Bolsa) nadie sabe a ciencia cierta cuánto va a durar todo esto y hasta qué profundidad vamos a llegar. De ahí que el discurso de Obama ante las dos Cámaras fuera ante todo una lección de negro realismo para que nadie se llame más tarde a engaño. Pero a la vez, también proporcionó las vitaminas del orgullo y de la autoestima: EE UU aguantará y saldrá mejor y más fuerte de este embate; el peso de esta crisis no cambiará el destino de la nación.

Sin inyectar fuertes dosis a la vez de realismo y de esperanza, Obama no podrá obtener el apoyo que necesita para sus planes económicos y políticos, en tantos aspectos inaceptables para el segmento conservador del país. Todo ello es un difícil paseo sobre el alambre, en el que hay que realizar a la vez cosas contradictorias, como combinar el esfuerzo para atajar la recesión en el corto plazo con las inversiones que cimienten el futuro; gastar ahora a espuertas, pero a la vez recortar el déficit público (dos billones de dólares en 10 años); bajar los impuestos a la inmensa mayoría (al 95%) y dejar intactos a quienes ganan menos de 250.000 dólares al año, pero a la vez recaudar más (a costa de ese 2% que más se ha beneficiado en los últimos 30 años de reaganomics); e incluso apelar a valores conservadores para obtener objetivos progresistas.

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Obama no quiere esperar a que haya pasado la crisis económica para poner en marcha la costosísima reforma del sistema de salud. Tampoco aguardar hasta que los sindicatos del automóvil estén convencidos para la reconversión que libere a EE UU de la dependencia petrolífera. Hay inversiones en educación que difícilmente se traducirán en nuevos puestos de trabajo hasta dentro de muchos años. Nadie cambia de modelo económico si no es obligado por una crisis sin piedad; pero una crisis despiadada hace todavía más difícil cambiar de modelo económico. El Gobierno norteamericano tiene, sin embargo, algunas ventajas respecto a los europeos, más expectantes que activos en esta lid: enfoca la recesión de frente, sin girar la mirada; lo hace desde un esfuerzo de consenso nacional; y cuenta con los medios y la voluntad política. Con estos mimbres, Obama bien hubiera podido decir ayer mismo, a pesar de todo, que el estado de la Unión es fuerte.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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