Pekín avanza otro paso
envía destructores a Somalia, sale del área del Pacífico y asume su condición de potencia global
La incorporación de dos navíos de guerra chinos a las flotillas de diferentes países que patrullan las costas de Somalia para combatir la creciente piratería marítima en el cuerno de África tiene un significado relevante. Pekín asume su condición de superpotencia con intereses globales aventurándose, por vez primera en siglos, fuera del océano Pacífico. El hecho de que los barcos despachados sean dos muy modernos destructores y un buque de avituallamiento indica claramente la importancia que Pekín otorga a un despliegue naval que, muy probablemente, hará de reclamo para que Japón, su adversario histórico, haga lo propio. Tokio, pese a sus restricciones constitucionales, hace ya planes para incorporar a su armada a la protección de los mares somalíes.
Lo último que necesita un mundo globalizado y en recesión es el disloque de una de sus rutas comerciales clave y que se disparen los precios del transporte marítimo. Y eso es lo que está sucediendo. En muy poco tiempo, la piratería en el cuerno de África se ha desbocado. Al hilo del colapso político de Somalia y el consiguiente desgobierno de un vastísimo espacio, lo que comenzó como incidentes aislados -el caso del atunero español Playa de Bakio- se ha convertido en un lucrativo, audaz y cada vez más ambicioso negocio para los bandidos, que exige una drástica actuación internacional. Los daños colaterales del filibusterismo, que aporta en rescates millones a piratas bien armados y entrenados en la plétora de guerras milicianas islamistas que asolan el país africano, son la multiplicación de las primas y costosísimos desvíos de ruta.
China ha participado en algunas misiones pacificadoras, pero casi siempre sus tropas se han mantenido cerca de casa. La operación de Somalia, en línea con la anunciada recientemente por la UE y con la resolución del Consejo de Seguridad instando a la firmeza internacional, representa para Pekín una oportunidad para adoptar un perfil más acusado en el mantenimiento de la seguridad global, sin riesgos de provocar suspicacias entre sus vecinos. En cualquier caso, la piratería en el cuerno de África no se va a liquidar con buques de guerra. Las flotillas internacionales cumplen una imprescindible función disuasoria, pero cualquier solución duradera exige estabilizar políticamente la zona e impedir el contagio de la anarquía fuera de las porosas fronteras de Somalia.
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