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Columna
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Los golfos apandadores

Joaquín Estefanía

La reacción de los teóricos de la economía neoliberal, hoy de capa caída, es que los primeros culpables de la crisis financiera son los organismos reguladores: o por su ineficacia (caso de la SEC en el escándalo Madoff), o por sus limitaciones objetivas al hacer una supervisión nacional en el marco de referencia de la globalización, o por permitir marcos contables inadecuados y estructuras de gobernanza empresarial inadecuadas. Ello es en parte cierto, pero para que se produjeran esos fallos regulatorios debieron existir previamente fallos de mercado y golfos apandadores que se aprovecharon del clima desregulatorio hegemónico para cometer toda clase de tropelías e irregularidades.

Lo que no puede quebrar porque es necesario para la supervivencia del sistema debe ser público

Entre esos fallos de mercado se pueden citar, como hace la Fundación Ideas en su informe titulado Nuevas ideas para mejorar el funcionamiento de los mercados financieros y la economía mundial (www.fundacionideas.es), las importantes carencias y heterogeneidades en la información contable, las asimetrías de información entre los agentes, los incentivos perversos para directivos y operadores, los problemas de indefinición en las relaciones de agencia, los altos niveles de incertidumbre e irracionalidad, las estructuras piramidales basadas en la codicia, y las decisiones miméticas en los agentes económicos. En la raíz de estos problemas están algunas disfunciones en el gobierno de las empresas; por ejemplo, sus estructuras de incentivos sólo han favorecido a los directivos, incluso a costa de los intereses de los accionistas. También se han producido importantes fallos de coordinación interbancaria, se ha exacerbado la fragilidad del sistema financiero y se han puesto en evidencia sesgos estructurales hacia la sobrevaloración de determinados activos que inducen la aparición de burbujas especulativas.

Así que el primer problema es de los golfos apandadores, que violaron tanto las normas existentes (muchas o pocas) y el sentido común. No puede haber complacencia ideológica con los mismos, subrayando los límites de los reguladores (y, por tanto, de los Estados) y obviando los fallos del mercado y tratándolos como excepcionales: los intereses neoliberales han impuesto como necesidad económica lo que tan sólo era preferencia ideológica y con ello una filosofía basada en principios más que en reglas, que en la práctica no sirvieron de nada ante la carencia de evaluación y seguimiento de sus resultados. También la autorregulación, que en realidad significó ausencia de regulación, dados los incentivos perversos para transgredirla; la asunción descontrolada de riesgos por parte de muchas entidades que fueron incapaces de limitarlos, dejándose llevar por la ilusa confianza en el crecimiento económico; y unas agencias de calificación privadas e independientes, que no sólo han internalizado los intereses de los emisores de los activos financieros a calificar, sino que han operado también con intereses propios.

El 15 de septiembre, Bush, Paulson et altri pensaron que ya estaban cansados de intervenir y salvar entidades del sector financiero en dificultades, que había que volver rápidamente al orden del riesgo moral y de que cada palo aguantase su vela, y decidieron dejar caer con estrépito a Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de Wall Street. Ese día empezó la fase más aguda de la crisis, el momento en que los ciudadanos pensaron que sus depósitos no estaban seguros y cundió el pánico. Desapareció la banca de inversión. La gran paradoja es que en la única situación que aplican los principios de la economía de mercado, la crisis se acentúa y hay que corregir el tiro con urgencia.

Año y medio después del estallido de las hipotecas de alto riesgo, el mercado interbancario sigue sin funcionar y no llega a las empresas y los ciudadanos la enorme liquidez que las autoridades centrales han proporcionado a las entidades financieras. En la literatura económica internacional, básicamente conservadora, se empieza a repetir una idea hasta ahora impronunciable: aquello que no pueda quebrar por motivos de sanidad y supervivencia del sistema económico debe ser público, máxime si no cumple con las funciones para lo que existe. Mientras tanto, el Banco Central Europeo decidió en su última reunión penalizar a los bancos que no prestan el dinero que se les proporciona, rebajando el tipo al que se remuneran los depósitos sobrantes. La autoridad monetaria mete presión a la banca para que movilice la liquidez que le presta a cambio de todo tipo de activos, de calidad y tóxicos.

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