Apuntalando Detroit
Tras el salvavidas de Bush, el futuro del sector del automóvil en EE UU queda en manos de Obama
En su último año como presidente de Estados Unidos George W. Bush ha desplegado más intervenciones en la economía que ninguno de sus predecesores desde los años treinta del siglo pasado. Con el fin de compensar errores privados se ha visto obligado a utilizar recursos públicos para nacionalizar bancos y compañías de seguros, y ahora va camino de enterrar en Detroit 13.400 millones de dólares de los contribuyentes (ampliables a más de 17.000) como apoyo a dos emblemáticas empresas, General Motors y Chrysler, incapaces de competir en el mercado global de fabricantes de automóviles. Canadá se sumaba ayer al apuntalamiento, anunciando la inyección de más de 3.000 millones para que esas dos compañías más Ford puedan mantener sus operaciones en el país norteño.
La pretensión es que los recursos estadounidenses actúen de préstamos-puente hasta que se verifique la viabilidad de esos gigantes agónicos, que será revisada al final de marzo próximo, cuando la decisión definitiva sobre la suerte del sector quedará enteramente en manos de Barack Obama. Todo el mundo asume que es una forma de prorrogar la inexorable caída, en su diseño actual, de empresas hace tiempo incapaces de competir con los fabricantes más eficientes de Asia y Europa. La medida, defendida por Bush ayer como la única solución para evitar una "quiebra caótica", no es otra cosa que una vía para aplazar los efectos del inevitable aumento del desempleo en el sector automovilístico.
De poco sirve que las contrapartidas exigidas por Washington sean esa supresión de las espectaculares remuneraciones de los altos directivos de las empresas o la retirada de los aviones privados en los que esos ejecutivos iban a solicitar dinero público. La próxima Administración de Obama se verá obligada muy previsiblemente a admitir la inviabilidad de alguna de ellas, aunque ello no signifique precisamente el fin de las ayudas: la nacionalización forma parte, también en este sector, de las alternativas más probables.
El rescate con dinero de los contribuyentes de empresas ineficientes no es el mejor ejemplo que puede esperarse del hasta ahora sistema económico más avanzado del mundo. Tampoco es la señal más favorable para ahuyentar las tentaciones proteccionistas que sobrevuelan algunos países en estos momentos de aguda crisis global. La gestión de la crisis está revelando en EE UU carencias que van más allá de las debilidades cíclicas, coyunturales, para denotar serias limitaciones de fondo en el mantenimiento del juego limpio, condición esencial para el funcionamiento de cualquier economía de mercado. Uno de los riesgos más importantes que puede acompañar a la más severa recesión global de las últimas décadas es la cada día más explícita insatisfacción de los ciudadanos sobre el uso de sus recursos y el funcionamiento de las instituciones económicas. Las señales son ya suficientemente explícitas e inquietantes, y no sólo en EE UU.
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