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Ya lo dijo Bernanke

El presidente de la Reserva Federal predijo tipos al 0% y medidas extraordinarias frente a la deflación

Claudi Pérez

Un magma de analistas, profesores, periodistas, estrategas, banqueros, técnicos de la Administración y un largo y habitualmente bien remunerado etcétera dedica su quehacer profesional a hacer previsiones sobre el futuro de todo lo que tiene que ver con la economía y los mercados. Con suerte desigual. En realidad suelen equivocarse con frecuencia, como se ha demostrado con la crisis financiera. El catálogo de errores de los últimos meses es inacabable. Nadie lo vio venir, nadie sabe qué vendrá después, nadie se imaginaba qué pasos iban a dar las autoridades.

¿Nadie? Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal -el banco central de EE UU-, pronunció hace seis años un discurso sobre las medidas de política económica que deben aplicarse en un periodo de turbulencias financieras que provoquen una caída general del nivel de precios y una recesión profunda o una depresión. Es decir, exactamente lo que sucede ahora en EE UU. Como si se tratara de un oráculo, Bernanke acertó de lleno. Aunque el mérito es discutible: él mismo ha sido el encargado de poner en práctica sus propias teorías, que en su día sonaban a economía ficción.

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La tesis de Bernanke es sencilla. La deflación es un problema que provoca escalofríos. Los episodios de caída del nivel general de precios son demoledores: Japón lleva prácticamente 10 años sumido en una recesión, y Estados Unidos tardó más de una década en salir de la Gran Depresión. "Una deflación sostenida es altamente destructiva para una economía moderna", terció Bernanke en noviembre de 2002. ¿Cómo combatirla? Con todo lo que se tenga a mano: en primer lugar, con bajadas de impuestos y veloces recortes de los tipos de interés. Y si el riesgo no remite, entonces con los tipos al 0% y con el banco central comprando bonos y titulizaciones y ampliando ese menú cuanto sea necesario. Incluso imprimiendo dinero si hace falta. Bernanke ha ido dando en los últimos meses todos esos pasos, tal y como escribió en su día, para combatir el riesgo de deflación.

Aunque también cometió errores. "En el futuro que se puede predecir, la probabilidad de que Estados Unidos entre en deflación es extremadamente pequeña", dijo en Washington ante un selecto club de economistas. Algunas de sus frases palidecen con el tiempo: "La deflación no puede ocurrir por la fortaleza y la estabilidad de la economía estadounidense. Y un factor de protección particularmente importante es la solidez de nuestro sistema financiero (...) y la excelente regulación". En el último año han quebrado una veintena de bancos en EE UU. Sólo los salvavidas del Gobierno han impedido que cayeran algunos de los gigantes financieros más poderosos. La desregulación, a juzgar por las opiniones de la propia Administración Bush, ha jugado un papel fundamental en la debacle provocada por las hipotecas locas y la propagación de la metástasis en el sistema financiero internacional.

El discurso de Bernanke tranquiliza porque otorga a las acciones de la Fed un guión que se ha seguido casi al pie de la letra. Pero a la vez produce escalofríos: el propio presidente de la Reserva Federal advierte de que cuando la deflación se pone en marcha todas las medidas preventivas pueden quedarse en agua de borrajas. La política monetaria -o sea, el recorte de tipos- pierde tracción, y el dólar puede perder valor con rapidez. Eso último está ocurriendo ya, con dos sesiones de fuerte castigo para la divisa norteamericana. La deflación provoca serios problemas financieros a los bancos -"incrementa la fragilidad del sistema y provoca quiebras y bancarrotas", según Bernanke-, y a las empresas y particulares que han acumulado grandes deudas. Aunque los tipos para los bancos estén al 0%, los tipos reales son superiores.

Incluso si la cura funciona, con medidas como la impresión de dinero o la compra de activos, existe el riesgo de que la cosa se les vaya de las manos a los banqueros centrales y el país acabe sumido en una hiperinflación.

Por supuesto, antes que Bernanke hubo otros oráculos. Alan Greenspan sacó a EE UU de al menos un par de apuros serios durante su mandato. A través de recortes de tipos y otras medidas de política monetaria consiguió ganarse a los mercados hasta el punto de que cualquiera de sus decisiones era saludada en Wall Street con cascabeles. Greenspan fue investido de una aureola de infalibilidad, como una suerte de profeta de la economía moderna. Hoy es un mito caído: los economistas más respetados abominan de su legado. Consideran que sus continuas y prolongadas bajadas del precio del dinero son el germen de la crisis actual. En estas llega Ben Bernanke y hace exactamente lo mismo, o incluso más: una burbuja después de Greenspan -eso sí, con la mayor crisis de los últimos ochenta años- deja los tipos de interés en los huesos. La historia suele dejar alguna paradoja rebosante de ironía.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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