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La recta final de Guantánamo

Los prisioneros están expectantes ante el compromiso de Obama de cerrar el penal

Mónica Ceberio Belaza

En una pequeña aula cerrada de un pequeño extremo de la isla de Cuba se puede aprender a pintar, a hablar inglés, y, dentro de poco, enseñarán a distinguir rocas y minerales en una clase de geología. Pero no es una clase normal. Las sillas de los pupitres metálicos de la sala tienen en sus patas cadenas y esposas. Y se usan. Es uno de los campos de prisioneros de Guantánamo, la base militar estadounidense en la que el Gobierno de este país decidió hace seis años librar parte de su guerra contra el terrorismo islamista.

La vida continúa en este rincón del planeta, sinónimo para el resto del mundo de torturas y excesos gubernamentales, como si el presidente electo de EE UU, Barack Obama, no hubiera anunciado su próxima clausura. Y el Ejército se esfuerza por mostrar que el diablo no es tan fiero como lo pintan, que han aprendido de sus errores y que las condiciones de los presos han mejorado. Pero hay agujeros negros.

No se puede hablar con los prisioneros, ni se ofrece una lista con sus nombres

Aspectos que no se muestran y datos imposibles de obtener. Todo con el argumento, siempre presente, de la "seguridad nacional".

Lo que se sabe es que por la prisión han pasado más de 700 "detenidos", la fórmula que se usa para evitar llamar por su nombre, prisioneros, a personas que no han sido condenadas ni, en la mayor parte de los casos, procesadas. Que ahora hay unos 250 divididos en nueve campos con distintos niveles de seguridad. Que en uno de ellos, el Campo IV, donde están los menos conflictivos, los presos viven en comunidad mientras que en el V o VI pasan 20 o 22 horas al día en su pequeña celda individual en la que jamás se apaga la luz, con un diminuto ventanuco, una cama, un lavabo de metal y un inodoro. Que en otro campo, llamado Iguana, están encerrados 17 chinos musulmanes, de etnia uigur, a los que ya no se considera "combatientes enemigos" y a los que se quiere liberar pero no se sabe en qué país por miedo a las represalias que podrían sufrir en China.

Y es bueno constatar que el infame campo X-Ray, una especie de zoológico con jaulas metálicas y techos de madera donde vivieron como animales los primeros 20 detenidos que llegaron a Guantánamo en enero de 2002, y que llegó a alojar a tres centenares, parece que ya no se usa. Se cerró formalmente en abril de ese mismo año después de que las fotos de los presos de rodillas y con grilletes dieran la vuelta al mundo. Ahora las jaulas están comidas por la maleza y dentro sólo se ven familias de hutías, unos roedores inmensos.

También se sabe que el Gobierno sólo ha presentado cargos formales contra 21 prisioneros. Tres han sido ya condenados y dos de ellos, el australiano David Hicks -que se declaró culpable y no llegó a juicio- y el yemení Salim Hamdan -ex chófer de Osama Bin Laden- ya han vuelto a sus países de origen. Otro, Alí Hamza al Bahlul, se negó a recibir asistencia jurídica y fue condenado a cadena perpetua. Ahora vive solo en una parte especial del Campo V, el de máxima seguridad, porque los "condenados" no pueden juntarse con los "detenidos". En el campo dicen que no está solo; que puede relacionarse con personal contratado que habla su idioma.

El contralmirante David Thomas, al mando de los centros de detención de Guantánamo, asegura que nadie sufre aislamiento, que las horas al aire libre y en comunidad acaban de aumentarse a cuatro al día en los campos que no tienen vida comunitaria y que, como mínimo, aunque hayan cometido infracciones, tienen dos. Y que se sigue interrogando, pero de forma voluntaria. "Como en una conversación. Cuando quieren irse, se marchan".

Oficiales de las Fuerzas Armadas encargados de los centros de detención enseñan a la prensa las instalaciones de forma selectiva. Muestran la ropa y utensilios que recibe cada prisionero, los diferentes tipos de celdas en función del nivel de seguridad y los espacios comunes del campo IV, donde los detenidos duermen en grupo y se les ve juntos por el patio.

Pero en los campos V y VI no se ve a ningún preso. Sólo se enseñan espacios vacíos. Desde fuera se puede oír como se hablan entre las celdas, a gritos y en árabe. Es una forma de comunicarse en un lugar en el que pueden pasar 20 o 22 horas al día completamente solos. Tampoco tienen intimidad. Cada tres minutos, en el caso del campo V, un guarda se asoma para ver qué están haciendo.

No se puede hablar con los prisioneros. Ni siquiera el grupo de uigures puede comunicarse con la prensa a pesar de que ya no son considerados combatientes enemigos. Es una decisión que se toma en el departamento de Defensa, según explica el contralmirante Thomas.

Tampoco se ofrece una lista con los nombres y apellidos de los reos, ni es posible saber de forma precisa cuántos hay en cada campo. Ni el total exacto. Ni por qué unos 25 viven en los campos I, II o III, de los que se dice que son instalaciones viejas "medio cerradas". Y el campo VII, donde habitan 15 detenidos trasladados a Guantánamo desde cárceles secretas de la CIA, es un puro misterio: hasta el pasado febrero no se confirmó de forma oficial su existencia, y su ubicación es un secreto nacional. Sólo algunos abogados han podido entrar. Allí está encerrado el presunto cerebro del 11-S, Jalid Sheij Mohamed.

Guantánamo sigue lleno de secretos. A partir del próximo 20 de enero, el nuevo Gobierno de Obama tendrá que tomar un sinfín de decisiones complicadas sobre este trozo de tierra. "Los prisioneros lo saben y están expectantes", dice el abogado de uno de ellos, el comandante David Frakt. La cárcel que peor prensa ha dado al país más poderoso del mundo está, probablemente, viviendo sus últimos días. Pero hace como si nada pasara.

"Hemos aprendido de nuestros errores"

El comité de Servicios Armados del Senado norteamericano aprobó el jueves un duro informe en el que afirma que las torturas en Guantánamo fueron una decisión política adoptada por el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld y otros oficiales de alto rango. En Guantánamo, un portavoz del Pentágono, Jeffrey D. Gordon, reconoce que se han cometido errores, pero individuales, y que los culpables "han sido castigados". "El informe del Senado está muy politizado", continúa. "Nosotros hemos llevado a cabo más de 12 investigaciones sobre nuestras operaciones de detención y no se ha encontrado ninguna directriz política que aprobara los malos tratos a los detenidos. La guerra contra el terrorismo es nueva y se han cometido errores durante los primeros años, pero hemos aprendido de ellos".

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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