El pecado de las especies
Pocas cosas resultan más llamativas que un animal comportándose como los humanos: el gato que monta una escena de gruñidos murmurados cada vez que la familia llega tarde a casa; o el perro de Bush mordiendo a un periodista en la Casa Blanca tras las elecciones.
Los científicos han documentado ahora que los perros pueden sentir envidia. Entendida no como deseo de tener algo, sino como pesar por el bien ajeno: el perro que no recibe la misma recompensa que otro por hacer lo mismo, deja de hacerlo. ¿Ni los pecados capitales van a respetarnos las bestias?
La evolución no sólo explica las diferencias entre humanos y animales, sino también sus parecidos. El marco para entender la evolución de la envidia es el dilema del prisionero. La policía detiene a una pareja de ladrones, los aísla en calabozos separados y le dice a cada uno: "Si tú cantas y tu colega no, tú sales libre y a él le caen cinco años. Si cantáis los dos, un año por barba. Si no canta ninguno, libertad y multa para cada uno. Y si canta él y tú no, él sale libre y a ti te caen cinco años".
Visto desde fuera, lo mejor para el conjunto de los dos ladrones sería callarse (una simple multa para ambos), pero ¿qué hará cada ladrón? ¿Cooperar con su colega callando (exponiéndose así a cinco años de cárcel si el otro le traiciona cantando)? No: lo más probable es que los dos se comporten de modo egoísta por miedo a que el otro haga lo mismo y acaben ambos en la cárcel.
Si pusiéramos a toda una población, preferentemente simulada en un ordenador, a jugar repetidamente al dilema del prisionero, veríamos que el comportamiento cooperativo no podría evolucionar jamás sin la envidia, o sin la "aversión a la desigualdad", por usar el eufemismo preferido por los expertos.
Porque la envidia es lo que permite comparar las recompensas ajenas con las propias, en relación con los sacrificios que ha hecho cada uno por el bienestar del grupo. La envidia guía la imposición de comportamientos cooperativos: de ahí que aparezca en las especies que tienen algún tipo de estructura social. Tal vez sigan la avaricia y la lujuria, que sólo sirven a los propios fines, o la gula y la pereza, que ni a ésos sirven. Y siempre nos quedará la soberbia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.