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Columna
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Carmencita

Acaba de publicarse un libro en el que la hija del General Franco, una dama anciana, hace revelaciones sobre su padre: dicen que en esas páginas hay secretos e intimidades de alcoba. Me sorprende el retraso de dicho volumen. En un país en que no hay nadie que no venda exclusivas, me extraña la conducta de Carmen Franco. ¿Tantos años reservándose unos secretos que podían haberla enriquecido aún más?

Yo sabía de esas intimidades gracias a un volumen aparecido en 1976. A mi juicio, es aún la obra que mejor nos informa sobre el Régimen. Se titula Mis conversaciones privadas con Franco y es su autor el Teniente General Francisco Franco Salgado-Araujo, primo hermano y asistente del dictador. El libro es un diario que el militar fue anotando desde 1954 hasta 1971: la prosa revela admiración, pero muestra también una sorna frecuente y, sobre todo, reproches secretos que el primo hace a la conducta del Caudillo. El Teniente General despachaba con el Generalísimo y luego registraba sus impresiones. En esas entradas podemos ver la descomposición del Régimen.

En principio, lo que llama la atención del primo es la afición venatoria de Franco. Siempre estaba dispuesto a ir de cacería con una multitud de amigos y subordinados, sin reparar en el despilfarro. Tanto le divertía que llegó a descuidar sus tareas ejecutivas, para gran disgusto del diarista. El Teniente General deploraba ese exceso cinegético, finalmente una frivolidad de días ociosos. Al Generalísimo, en efecto, le gustaba pegar tiritos; le gustaba marchar acompañado por ministros y por trepas, todo un repertorio de avispados ganándose los favores del Caudillo: como en la película de Luis García Berlanga.

"La guerra está ya muy lejos y los encumbrados por ella se ven invadidos de una espesa niebla de adulación, y por ello no se dan cuenta de que el entusiasmo que en un principio despertó hoy se va traduciendo en indiferencia y en desilusión cada vez más acentuada", escribe en 1955. "Las dictaduras, cuando son largas, tienen ese inconveniente", añade. ¿Qué inconveniente? El de multiplicar "las personas que explotan sus cargos, dedicándose a negocios, algunos hasta contrabando, valiéndose de la influencia oficial". Exacto.

Pero lo mejor del libro es el retrato del dictador en familia: que si son fríos, que si no intiman con nadie, que si sólo tienen una charla intrascendente, que si son suspicaces, que si no tienen desahogos. De doña Carmen Polo de Franco, por ejemplo, dice en 1954 que "hay días que no se aguanta ni a sí misma. Adopta un aire de severidad y empaque absurdo". La vida privada del dictador es una existencia sosa, repetida, con almuerzos aburridos, con edecanes mudos, con asistentes rencorosos, con aduladores, con ministros frecuentemente holgazanes, con empresarios meritorios. Sólo la presencia de la hija, la actual memorialista, parece aliviar esa rutina: en 1955, el Teniente General la describe como persona de conversaciones "más amenas y de tono más elevado" que el resto de los familiares. Por eso, cuando ella habla "se escuchan conceptos sensatos que demuestran su cultura", conceptos sólo amenazados por la presencia de su marido, un marqués que decían pisaverde.

Me dispongo a leer el libro de esa anciana: alguien que rememora unas rutinas familiares en las que su charla chispeante era lo único vivo. Y encima aumento su fortuna comprándole un ejemplar. Qué raro es todo, sí.

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