Los agricultores madrileños luchan por sobrevivir en el campo
Unas 12.000 personas trabajan para mantener los cultivos en la región
Enterizos, abnegados y necesariamente entusiastas. Así son quienes en Madrid se dedican profesionalmente a la agricultura. Suman 12.000 personas. Están llamadas a las urnas el próximo 17 de diciembre, para elegir sus representantes en las nuevas cámaras agrarias. ¿Por qué tan pocos brazos para algo tan importante como lo que a todos da de comer? Porque todo les es adverso. El éxodo del campo es un goteo que no cesa. De 100 agricultores que laboraban la tierra en 2006, 13 de ellos desertaron a otros trabajos durante el año 2007. Los que lo abandonaron se habían hartado de sortear un laberinto de obstáculos legislativos, monetarios, crediticios, fiscales, otros más de cuño eurocomunitario; amén de una legión de intermediarios y otra más de ediles obcecados en vender suelo para sacar réditos inmediatos del mercado inmobiliario, a costa de convertir y sepultar los campos de labor bajo pisos y adosados.
De 2006 a 2007 el agro perdió un 13% de sus trabajadores
Los cultivadores ecológicos han pasado de 134 a 124 en un año
Toda esta marabunta de impedimentos abrió y sigue abriendo un verdadero abismo de distancia entre lo que surge de la tierra y lo que accede al consumidor, un diferencial en ocasiones tan abismal como para desmoralizar a cualquiera.
Así, a juicio de Luis Marcos, agricultor propietario en San Martín de la Vega, "por un cajón de coliflores, seis piezas, el agricultor recibe 2,5 euros. Tras comercializarse por terceros, cada unidad se vende a dos euros". En cuanto a la patata, "nos las compran a 11 céntimos, un precio imposible que les hace perder toda rentabilidad; a uno no le queda otro remedio que quemar esa tierra y plantar otra cosa". En el último año, el cultivo de hortalizas ha convertido su comercialización en una empresa ruinosa, dada la caída de precios. "Las patatas han dejado de cultivarse en amplias zonas de la ribera del Jarama y el maíz, también a la baja, ha sustituido a otros cultivos".
Pero el peligro acecha a este cultivo. El maíz se siembra en torno a marzo, que se cosecha a primeros de octubre. "Aunque ha caído desde el año pasado a la mitad de su precio, todavía se vende algo", dice Marcos. Por cada kilo recibíamos entonces entre 39 y 40 pesetas (unos 25 céntimos de euro), mientras que este año percibimos entre 25 o 26 pesetas", dice. Sin embargo, secaderos de maíz lo venden a terceros al precio que entonces. (En el campo madrileño aún se cuenta en pesetas, ya que los decimales del euro son inexactos; los padres de los actuales agricultores todavía contaban en reales).
El calvario prosigue con los herbicidas -"si no los echamos, se nos llena el cultivo de ramajos que los arruinan", precisa-. Muchos ecologistas están enormemente preocupados por estos productos químicos y su repercusión sobre la salud.
Sobre el abono, "el precio que ha alcanzado ahora es un auténtico disparate", señala Luis Marcos. "A primeros de septiembre, el kilo estaba a 113 pesetas, un precio del todo imposible de afrontar".Las tribulaciones de los agricultores madrileños consultados alcanzan su culmen con los carburantes: "El gasoil para tractores llegó a estar a 91 céntimos el año anterior y menos mal que ha bajado ahora". En cuanto a la maquinaria, dice este agricultor vocacional de San Martín de la Vega, "hace tres años, un vehículo de 125 caballos me costó 11 millones de pesetas". Es preciso, además, incluir los aperos de labranza: "Tardas en pagarlos cinco y seis años".
Pese a todas estas zozobras, Luis Marcos sigue al pie del cañón, como los 40 propietarios de San Martín de la Vega y los 12.000 repartidos por toda la Comunidad, incluidos quienes se han consagrado a la agricultura ecológica, otros 134 valientes en 2006, ahora reducidos a 124.
La tierra madrileña sigue siendo fértil. En 2007, el valor añadido de la agricultura madrileña creció un 2,4%, tasa por primera vez positiva en los últimos años, si bien la tasa a escala española creció hasta un 3,8%. La agricultura sólo supone un 0,2% del valor añadido bruto de la riqueza regional, el 0,1% del PIB de Madrid -según el Gobierno regional- y tan sólo un 0,5% del empleo agregado, frente a las tasas estatales del 2,19 y 4,8%, respectivamente, dice el informe anual de 2007 del Consejo Económico y Social.
La geografía agrícola madrileña, dedica a los cereales 86.000 hectáreas, 67.000 hectáreas a los barbechos, los olivares ocupan 20.000 hectáreas y la vid, 13.000. La Consejería de Medio Ambiente invirtió el año pasado 51 millones en ayudas a la agricultura. Isabel Marín, titular del área, anunció en octubre que el Programa de Desarrollo Rural iniciado en 2007 aportará 231 millones de euros hasta 2013.
Los hitos más conocidos de la agricultura madrileña son los espárragos de Aranjuez; los ajos, de Chinchón; la lechuga, el maíz, el perejil y la coliflor, en San Martín de la Vega; célebres son asimismo los melones en Villaconejos, las hortalizas y la vid en Navalcarnero y las aceitunas en Campo Real, entre otros cultivos.
Las cosechas madrileñas son producciones reducidas, pero prestigiosas. Como ejemplo, las lechugas madrileñas pueblan todas las ensaladas de las mesas francesas de una cadena internacional de comida rápida. Muchos comerciantes atestiguan que los madrileños acostumbran a consumir productos locales si se les ofrecen como tales.
Las vegas de cultivos que abarcan un gran arco que comprende Alcalá de Henares y Aranjuez, entre las riberas del Jarama y del Tajo, fueron durante siglos el granero no sólo de una Corte como la de Madrid, sino del imperio hispano. Hoy siguen produciendo olivas de alta calidad, de la variedad cornicabra y negra, en Campo Real, no lejos de Arganda, otro mojón agrícola madrileño laminado por la industria.
Dámaso González, de 75 años, es un agricultor que posee unos 10.000 olivos en más de 60 hectáreas dedicadas a este cultivo. Posee también un molino de aceituna. "Se está perdiendo el oficio, muy pocos saben ya escamujar, es decir, cortar las ramas de leña vieja para airear el árbol y abrirlo al sol". Y la mano de obra escasea. ¿Cuánto se paga por varear la aceituna? "El año pasado se pagaba a 43 euros la jornada que, por ser una labor de invierno, no dura más de seis o siete horas", explica. "La mayoría son rumanos que, pese a su buena intención, no saben casi nada del olivo". Muchos agricultores tienen que pluriemplearse y se dedican al campo a tiempo parcial.
A Dámaso González le preocupa que el sistema de subvenciones de la Comunidad se haga sobre superficie labrada -el Gobierno regional paga 12.000 pesetas por hectárea de olivo labrada al año-. "Creo que sería más eficaz y más justo retribuir no por labra, que puede ser superficial, sino por la cantidad de aceituna recogida", señala. En uno de sus almacenes guarda una cosecha de cebada, a la espera de mejores tiempos. Convenientemente tratada, saldrá a venta cuando el precio, "ahora entre 22 y 23 pesetas el kilo", repunte al menos al precio del año anterior, "que fue de 35 a 40 pesetas". Una hectárea pueda dar entre 3.500 y 4.000 kilos de cebada, "según venga el año", explica.
Únicamente queda un molino en Campo Real, el suyo. "Antes, quien acudía a la molienda se llevaba 18 litros de los 20 que molía pero ahora, con el etiquetado y envasado obligatorios, se lleva 15 litros de los 20".
Evaristo González, jubilado, ha trabajado toda su vida en el campo y en la albañilería. "Muchos de los hoyos de casi un metro de profundidad donde se plantaron los olivos los hicieron estos brazos", dice con orgullo. Pero su satisfacción se acaba pronto. "¿Sabe cuánto me ha quedado de pensión, tras 45 años sin parar con el pico y la azada? 600 euros". Pese a que los efectos críticos de la irresponsabilidad financiera alcanzarán sin duda al campo madrileño, una cada vez más extensa sensibilidad ecológica espolea el resurgir de una nueva conciencia rural que llevará al campo nuevos luchadores. Eso esperan quienes miran al cielo y vierten su sudor sobre la tierra.
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