Homenaje a los niños polacos de Vallcarca
Barcelona recuerda a los huérfanos de la barbarie nazi acogidos en la ciudad
Sesenta años después, Barcelona rindió ayer homenaje a los 200 niños polacos que, arrancados de sus familias por los nazis, terminaron en la capital catalana bajo protección de la Cruz Roja una vez acabada la II Guerra Mundial.
Una veintena de estos niños, convertidos ahora en venerables ancianos, han acudido a Barcelona desde Estados Unidos, donde hallaron refugio en la extensa comunidad polaca emigrada tras la II Guerra Mundial. Otro grupo ha llegado desde Polonia, adonde regresaron los que tuvieron la suerte de contactar otra vez con su familia. La historia de estos ancianos, recuperada por EL PAÍS en un extenso reportaje, se revivió ayer en el Saló de Cent del Ayuntamiento. Sollozos y abrazos presidieron el reencuentro.
Teresa Lindner no sabe ni dónde nació ni la fecha exacta. A los cuatro años la arrancaron de su familia junto con un hermano y nunca más supo de sus padres. Su delito fue tener unas facciones que a los oficiales nazis les recordaron al ideal de la raza aria. "Me midieron el cráneo y la mandíbula; les gustaron mis ojos azules, les parecí una verdadera aria y me apartaron de mi familia", cuenta. El objetivo era utilizar a estos niños como conejillos de Indias para crear el embrión de la futura raza perfecta. Los entregaron a familias alemanas, con las que estuvieron hasta los últimos días de la guerra. Tras el conflicto, un nuevo trauma: acabaron en un campo de refugiados y más tarde, ya con la Cruz Roja, los mandaron a Barcelona, donde debían disfrutar del sol y la playa en una España que languidecía tras la guerra. Les acogió la residencia de Vallcarca, de la que todos hablan maravillas, no tanto por los cuidadores como por el entorno: una mansión con jardín en un clima templado. Lindner vivió 10 años en la ciudad, hasta los 18. Incluso se echó novio, con el que estuvo a punto de casarse. "Al final no pudo ser; él no había hecho el servicio militar y debíamos esperar seis años". Ella acabó, como otros tantos, en Estados Unidos, donde se casó y tuvo hijos. Poco sabe de aquel novio adolescente. "Lo vi 20 años después. Vive en México. Es ingeniero".
La historia de Leon es diferente. Fue robado a su familia con ocho años y, tras la guerra, una tía abuela le reconoció en unas viejas fotografías. Recuperó la familia y la identidad. Ayer se reencontró con sus compañeros de epopeya.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.