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Premio Nacional de las Letras
Columna
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Ni ortodoxia ni heterodoxia

José María Ridao

Si hubiera que resumir en un solo rasgo la deuda de la cultura española con Juan Goytisolo habría que señalar su defensa de los autores que, tras el monumental trabajo de Menéndez Pelayo, quedaron confinados en la nómina de los heterodoxos. La infatigable labor de Goytisolo durante las cuatro últimas décadas no sólo ha consistido en darlos a conocer y en liberarlos de algunas interpretaciones que reducían su potencial crítico y hasta subversivo, sino también, y sobre todo, en cuestionar esa visión de España que exigía establecer una frontera entre ortodoxia y heterodoxia. De ahí la radicalidad con la que ha arremetido contra la asociación entre España y el catolicismo, reivindicando la aportación de judíos y musulmanes, y revelando, en línea con Américo Castro, las huellas que la represión llevada a cabo en nombre de la limpieza de sangre dejó en algunas de las más importantes obras artísticas y literarias de nuestro país.

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"Una obra viva despierta resistencia"

Para Goytisolo no se trata, sin embargo, de una querella del pasado, de una simple disputa historiográfica: asociar España al catolicismo es una operación ideológica que se proyecta más allá del programa político de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, sirviendo de alimento al ultranacionalismo que elaboran intelectualmente algunos autores del 98 y que retoman, convirtiéndolo en una política de exterminio semejante a la que condujo a la expulsión de judíos y moriscos, los generales que se levantan contra la Segunda República. En nombre de esa España indisolublemente unida a la fe de Roma, se repudió el erasmismo como doctrina concomitante con la Reforma, se persiguió la ilustración como afrancesamiento, se condenó el liberalismo como forma de Gobierno atea y extranjera. En resumidas cuentas, España fue apartada una y otra vez de las corrientes de pensamiento en las que se cimentaron las libertades y el progreso material de Europa.

Para llevar a cabo este proyecto intelectual, que es en gran medida el reverso del que inspiró a Menéndez Pelayo, Goytisolo se ha servido indistintamente del ensayo y de la novela. Pero no entendiéndolos como dos géneros cerrados, como dos moldes en los que verter diferentes contenidos, sino como un texto continuo que ofrece perspectivas cambiantes de una obra singular y de rara coherencia. Por eso es un error ver en Goytisolo a un novelista de vanguardia: detrás de cada una de sus ficciones, en particular a partir de Señas de identidad, aparece un referente clásico, ya sea el Libro de Buen Amor, el monólogo de Pleberio en La Celestina, algún recurso cervantino o la larga tradición del diálogo entre el ser humano y el demiurgo. En su narrativa se prolonga la tradición literaria de la que da cuenta en sus ensayos; una amplia, hospitalaria tradición que, ajena a las nociones de ortodoxia y heterodoxia, ha encontrado en Goytisolo no sólo a uno de sus más destacados continuadores, sino también a su más generoso e infatigable defensor.

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