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Reportaje:

El 'annus horribilis' de 1938

El congreso sobre el año "olvidado" de la guerra desvela las fricciones entre los poderes republicanos en Barcelona

Carles Geli

Sepultado entre los Fets de Maig de 1937 y la debacle de la contienda, el principio del fin de la Guerra Civil española cristalizó en un olvidado 1938. Quizá quien vivió peor ese año fue Barcelona, entonces capital de tres gobiernos: el catalán, el vasco y el de la República. El congreso Barcelona, 1938, capital de tres governs organizado por el Ayuntamiento de Barcelona, la Fundació Carles Pi y Sunyer y la Universidad Autónoma de Barcelona cerrado ayer ha arrojado luz sobre ese gris periodo.

Con las conclusiones del simposio se constata que fue, sin duda, el annus horribilis de la Guerra Civil: los tres gobiernos no se llevaron bien entre ellos, la guerra se perdió tanto en lo militar como en lo diplomático ya ese año, estalló el hambre, el quintacolumnismo, la represión... pero también un grito esperanzador: la cultura como salvavidas. El foco sobre 1938 ha desvelado muchos secretos.

Cataluña acogió a más de un millón de personas en menos de dos años Las relaciones entre vascos y catalanes fueron más tensas de lo que se cree

- Apretujados y con hambre. Barcelona se fue convirtiendo en la ciudad-refugio de la República a un ritmo tal que en 1938 la Generalitat cuantificó los acogidos en 1.012.544. Eran sólo los legales. Cataluña pasó, según el historiador Ricard Vinyes, de los 88 habitantes por kilómetro cuadrado de 1931 a los 155 de 1938. La mitad de ellos eran menores de 15 años, o sea, improductivos. Unos 850.000 vivían del subsidio de la Generalitat, que no recibió casi ayuda del Estado por ese concepto. A todo ello habría que añadir las 250.000 personas (funcionarios, familiares, servicio doméstico, amigos...) que llegaron con el aparato de la administración de la República, procedente ya de Valencia. Los cada vez más escasos recursos alimentarios y de todo tipo tenían como primer destinatario al Ejército en aras de la consigna "Resistir es vencer" del jefe de Gobierno Juan Negrín. Eso acentuó la hambruna, el mercado negro y la desafección. El miedo a la represión hizo el resto.

- El 'fotomatón'. Espionaje, alta traición y derrotismo eran tres palabras que daban pavor en la retaguardia. Respondían a los tres delitos a los que hacían frente, mayormente, los Tribunales Especiales de Guardia y los Tribunales Especiales de Alta Traición, que empezaron a trabajar en diciembre de 1937. Ambos organismos estaban alimentados por el temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM), que montaba la acusación fiscal. Las instrucciones eran muy sumarias y el fallo podía llegar en sólo un par de horas. La sapiencia popular los bautizó cáusticamente como "los fotomatones". El SIM detuvo en Cataluña a muchísima más gente que la policía no militarizada, ampliando cada vez más el concepto de quintacolumnistas a aquellos que estaban fuera del estricto frente antifascista. "De la búsqueda de la unidad que predicaba Negrín se pasó a la unicidad", opina el experto en represión política en la retaguardia François Godicheau. El SIM, en su opinión, se acabó comportando como "una fuerza de ocupación", incautando casas y deteniendo a personas tan poco sospechosas como el intelectual Maurici Serrahima. "El SIM no sabía quién era quién en Cataluña". Los "abusos de las fuerzas del Gobierno" llegaron a asaltar el barco de prisioneros Uruguay y el castillo de Figueres, ambos custodiados por la Generalitat, sacar a los presos y eliminarlos. Las "ejemplarizantes" sentencias de muerte provocaron gran fricción entre Negrín y la Generalitat.

- ¿Negrín contra Companys? Para resistir como fuera y así intentar engarzar con el estallido de la II Guerra Mundial y que las potencias occidentales rescataran a la República, "Negrín exigió el mando único en lo militar, lo político y lo económico", resume Vinyes. "El peso del poder anarquista, el débil poder de la Generalitat y la casi ausencia de Estado dejaron que Cataluña se hiciera virtualmente independiente; el Estado tenía que retomar y dominar los recursos", añade Enrique Moradiellos, biógrafo de Negrín, quien tuvo esa política más fácil tras el fracaso de conciliación entre guerra y revolución que intentó Lluís Companys. El choque con el president era inevitable. Siguiendo los consejos de su jefe del Estado Mayor, el general Vicente Rojo, Negrín nacionalizó las fábricas de armamento de la Generalitat, militarizó los tribunales y se incautó del oro del Banco de España en las cuatro provincias. La puntilla la dio las "delirantes" (Moradiellos)gestiones diplomáticas que Companys hizo con Inglaterra para logar un armisticio que beneficiara a Cataluña.

- Euzkadi: tan cerca, tan lejos.

Las relaciones entre los gobiernos vasco y catalán tampoco fueron idílicas como el tópico impone. Una parte del Gobierno vasco ya quería instalarse en un edificio de su propiedad en París y no en Barcelona: "Ahí pesaba la sensación, reforzada tras la cumbre de Múnich de septiembre de 1938 por la que se concede los sudetes a Hitler, de que ya no hay República y de que la autodeterminación es posible", sostiene Ludger Mees, de la Universidad del País Vasco. Los vascos necesitan el grosor del Gobierno catalán. Por eso no soportarán las dos disoluciones de la Generalitat, especialmente la de 1948. Como venganza, se le pedirá a la Generalitat que devuelva el dinero que desde 1939 los vascos les han dejado en el exilio. Josep Tarradellas aducirá los otros tantos que se les cedió cuando estaban en Barcelona. Las relaciones costaron muchos años en rehacerse.

- 'Viva la inteligencia'

Con ese grito, antitético al que lanzó Millán Astray a Unamuno ("Muera la inteligencia"), la profesora Maria Campillo resume la sorprendente actitud de la sociedad catalana. "La cultura se usó como dique ciudadano y cívico". En sólo nueve meses, la recién creada por Madrid Orquesta Nacional de Conciertos realizó 26 actuaciones en 1938, si bien con mucha música española. entre julio de 1936 y enero de 1939 se organizaron 83 exposiciones de arte. Según el catedrático Manuel Aznar, "no hubo roces, pero a los escritores españoles afincados en Barcelona y que giraron sobre la nacionalizada La Vanguardia y la revista Hora de España, les costó más integrarse que cuando estuvieron en Valencia".

Campillo destaca la "transversalidad" de los autores catalanes, que escribieron en revistas de diversas tendencias, sin manías políticas y la existencia de "un sistema literario propio: eso, a los castellanos, les descolocó". Y qué no lo hacía en 1938...

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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