Cómo crear un problema
La aprobación del nuevo Reglamento Taurino ha supuesto una catarsis en los cimientos de una fiesta taurina cuya fortaleza se constata por la pasión o, en algunos casos, la virulencia con la que sus defensores y detractores defienden sus posturas a diferencia de la tibieza con lo que lo hacen los acólitos de otras manifestaciones culturales.
Desde las agrupaciones antitaurinas se celebra la disposición del acompañamiento a los menores de 16 años como una medida de protección de la infancia y la juventud, y en un paso adelante en su lucha hacía la abolición de la fiesta. Por su parte, los filotaurinos, acusan a la Administración de someter a la fiesta a un régimen penitenciario de libertad vigilada. No hay que olvidar que desde tiempos ignotos se encuentra adscrita a los departamentos de Interior, y califican la medida como de inaceptable injerencia al ámbito de la voluntad de los menores. Y, también, de la patria potestad de los padres, tal y como se encargó de recordar el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña cuando la Generalitat instauró una norma aún más restrictiva, la prohibición de presenciar el espectáculo de los menores de edad.
La cuestión se complica al coincidir la noticia con la iniciativa abolicionista presentada por grupos antitaurinos ante el Parlamento catalán, ya que por la vía de la conexión se construye el fantasma de un movimiento nacionalista contrario a los toros. Entonces, el tema se termina por politizar, como suele ser inevitable en esta nuestra tierra, y tras este rebufo se da cobertura a una tendencia que trata de identificar el ataque a la fiesta con las posiciones nacionalistas y al contrario. Así, un mero problema circunscrito a la discrepancia en una regulación de lo que no deja de ser una manifestación cultural, se enrarece hasta límites insospechados, agrupando a los combatientes al frente de las dos trincheras irreconducibles.
Probablemente, debe dimensionarse la cuestión en torno a lo que es, la pueril actuación de una Administración, que, desde el desconocimiento de la esencia de la fiesta, crea un problema al regular una situación absolutamente extraordinaria. Y es que ¿cuántos menores de 16 años tratarán de acudir a un espectáculo taurino en solitario?
Debiera cundir el ejemplo de Francia, donde los toros están alcanzando sus mayores cotas de popularidad sin normativa propia y aplicando la española cuando lo necesitan. Cuestión de pragmatismo.
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