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LA CRÓNICA
Columna
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El fantasma de Gaudí

Cerca de donde nací había una casa con fama de encantada. Era el ruinoso Hostal del Rey, que había sido la última posta de caballos antes de llegar a Barcelona viniendo desde el sur, en la Carretera de Sants esquina con la calle de Carreras Candi. Los vecinos decían que debajo tenía unas mazmorras y que aún se oían los sollozos de los que allí habían muerto. Hasta que un buen día llegaron las grúas y sobre aquel caserón apareció un edificio de pisos y una sucursal de la Caixa de Catalunya. Desde entonces, tan sólo se oyen los lastimeros quejidos de los que van a solicitar una hipoteca. Y es que la cosa de los aparecidos tiene su aquello...

A principios del siglo XIX fue famosa la casa de las Ánimas -en la calle de Carretes-, donde se oía gemir a los difuntos. Idéntico nombre -y por motivo similar- tenía otra casa de la calle de Mirallers, cercana a un piso donde el poeta Jacint Verdaguer practicaba exorcismos. O la casa de l'Avemaria -en Nou de la Rambla-, llamada así por lo que se persignaba el vecindario cada noche cuando de sus muros salían sonidos escalofriantes.

Gran parte de Barcelona ha sido camposanto o lugar de ejecución en algún momento

En el siglo XX estas historias pasan a la prensa. Así, en 1912 fue noticia el célebre fantasma del Born, identificado como el espíritu de la viuda de un ajusticiado que -cada noche- iba a llorar en lo que había sido el cadalso de su marido. No menos macabra fue la historia que -en los alegres años veinte- se contó de la antigua vaquería del pasaje de Elisabets. Allí, los testigos explicaron que el vaquero, asaltado cada noche por un espectro, se había comprado un lobo como perro guardián al que dejaba suelto por el pasaje. En poco tiempo, primero el lobo y luego su dueño murieron misteriosamente; el resto de la familia enfermó y la tienda -abandonada- no encontró comprador. En esas mismas fechas, en un piso de la calle de Laforja los muebles se pusieron a bailar y se oyeron cada noche gritos horripilantes. Aunque el caso más famoso llegaría en 1935, con el expansivo poltergeist que aterrorizó a toda una finca de la calle de Francisco Giner, en Gràcia. Se convirtió, desde entonces, en una de las leyendas clásicas de la ciudad.

Y no crean que sólo se trata de historias rancias. Siempre se ha dicho que el museo de Zoología -y el parque de la Ciutadella, en general- han sido escenario de extraños fenómenos. Muchos afirman haber notado presencias de ultratumba junto al nicho de la famosa médium Amalia Domingo, en el cementerio de Montjuïc. En el Palau de Pedralbes se han oído pianos fantasmales, y grandes cuadros se han movido solos. Incluso sobre el museo Picasso se cuentan historias sobrenaturales, relacionadas esta vez con la difunta madre del pintor. Hasta del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona circulan consejas urbanas, en las que las empleadas de la limpieza se topan con una supuesta entidad que no las deja limpiar tranquilas.

En un ámbito más privado, conozco algunos lugares marcados por este estigma, aunque el rumor no pase de los respectivos patios de vecinos. Como una finca de la calle del Hospital sobre la que cayó una bomba durante la guerra y un ático abandonado de la calle de Santa Anna. Aunque mi aparecido favorito es el que se pasea por la escuela Massana, ubicada en el hospital donde murió el arquitecto de la Sagrada Familia. Allí, cuando algo desaparece o cambia de sitio nadie lo duda; es el fantasma de Antoni Gaudí, tan laborioso como siempre.

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Así que ya lo sabe: si desconfía de los viejos caserones, sepa que los fantasmas están por todas partes. Es más, si teme vivir sobre un cementerio, tranquilo: gran parte de esta ciudad ha sido camposanto o lugar de ejecución en algún momento de la historia. Ya sería mala pata que le tocara a usted, ¿no?

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