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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Barcelona-Med

La dinamización de la Unión Mediterránea necesitaba una sede estable como la elegida

La designación de Barcelona como sede de la Unión por el Mediterráneo concreta el impulso al acercamiento de las dos riberas, que ha insuflado, no sin contradicciones, la presidencia francesa de la UE. Y supone un logro importante en la proyección exterior de España. El proceso euromediterráneo, que lleva 13 años de resultados muy mejorables, necesitaba una sede permanente y un organismo impulsor, equitativamente representativo de todas las partes, que lo visualizase.

La reunión en Marsella de los 43 ministros de Exteriores (los 27 de la UE y los de la ribera sur), superando muchos litigios internos, ha ido más allá, al designar la composición del secretariado del nuevo organismo. El hecho de que en Pedralbes se pongan a trabajar, codo con codo, y en proyectos concretos de alcance multilateral, sendos vicesecretarios representantes del Estado de Israel y de los palestinos resulta esperanzador para la crisis de Oriente Próximo: el principal obstáculo al desarrollo de la convergencia euromediterránea, pero también el único foro al que ambas partes nunca han dejado de asistir.

La nueva estructura plantea el interrogante de su futura eficacia. Resultará indispensable que la Comisión Europea se implique mucho más en ella si se pretende evitar los peligros del filibusterismo burocrático y el descontrol administrativo que tantas veces aquejan a las agencias intergubernamentales, así como aunar financiación y gestión.

Con la formalización de la capitalidad mediterránea de Barcelona, una muy buena candidata pero que competía con otras en un escenario de múltiples divisiones, el Gobierno se apunta un logro sustancial en un ámbito donde no va sobrado, las políticas europea y exterior. En este episodio ha desempeñado un papel fundamental, además de la implicación personal del ministro de Exteriores y del presidente del Gobierno, la conjunción de los esfuerzos de las distintas administraciones, central, autonómica y local: la representación de la Generalitat formó parte de la delegación de España, y el Ayuntamiento ha ido de la mano de Exteriores.

Cuando esa complicidad funciona, como ya ocurrió con los Juegos Olímpicos de 1992, exhibe una gran potencialidad competitiva (no era el caso en la candidatura de Marsella), lo que contrasta con los frecuentes lamentos sobre las disfunciones del Estado autonómico.

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