Chicago echa el resto en favor de su candidato

Barack Obama llegó a Chicago con 24 años para trabajar como organizador comunitario en los barrios deprimidos del sur. Después, tras su paso por la Facultad de Derecho de Harvard, volvió a la ciudad para ser abogado de derechos civiles y profesor de Derecho Constitucional. En Chicago logró su puesto como senador en el Estado de Illinois en 1996 y fue elegido ocho años más tarde miembro del Senado nacional. Aquí conoció a su mujer, Michelle, y aquí vive con sus dos hijas, Malia y Sasha.

Ésta es, desde hace tiempo, la ciudad de este nacido en Hawai hijo de madre de Kansas y padre keniano que pasó parte de su infancia en Indonesia y estudió en universidades de Nueva York y Massachusetts. Hoy vuelve a Chicago para saber, después de una interminable campaña en la que apareció hace 20 meses como improbable candidato, si los estadounidenses han decidido que se vuelva a mudar. En esta ocasión, camino a la Casa Blanca.

La ciudad está haciendo un intenso esfuerzo final por su candidato. Los centros de voluntarios se llenan de gente que sigue llamando a los votantes indecisos de distintos Estados clave para convencerlos de que Obama es la opción adecuada. Otros lo hacen desde sus casas o reunidos con sus amigos. Es la "última llamada para el cambio", como lo denominan en la campaña. También se propone a los seguidores la "conducción al cambio": que se trasladen en coche a alguno de los cuatro Estados disputados cercanos a Illinois (Iowa, Indiana, Wisconsin y Misuri) para ir puerta por puerta consiguiendo votos.

En las oficinas centrales de Illinois de Obama, en el centro de Chicago, el domingo por la noche entraba y salía gente sin parar. Los voluntarios se presentaban sin avisar, firmaban un papel y se ponían al teléfono durante un par de horas en un oscuro y pequeño sótano desordenado, con mochilas por el suelo y las paredes llenas de frases y dibujitos de colores. Había turnos desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. Las instrucciones para los voluntarios estaban escritas en un cartel con rotulador naranja: "Volver a llamar a las casas donde no contestaron", "no dejar mensajes" y un escueto "ganar".

No hace falta hacer campaña en Chicago. Por eso los esfuerzos de los numerosos voluntarios se centran en otros Estados. No cabe duda de que los chicagoans (que algunos traducen por chicagüenses y otros por chicaguinos) votarán masivamente a Obama. Aparte de las conexiones del político con la ciudad, ésta es un bastión demócrata. No se ha elegido a un alcalde republicano desde 1927 y los votos de la ciudad han sido decisivos para que, desde 1992, en todas las elecciones presidenciales los 21 votos electorales del Estado de Illinois hayan ido al candidato demócrata.

Es la tercera ciudad más poblada del país, con un 16% de ciudadanos que vive bajo el umbral de la pobreza y una profunda diversidad racial: hay un 42% de blancos, un 36% de negros y un 4% de asiáticos. Pero los blancos son sólo el 31% si no se cuenta a los hispanos. Tiene la mayor comunidad polaca fuera de Polonia e importantes barrios mexicanos, griegos y chinos. Obama recuerda en su libro de memorias Sueños de mi padre haber llegado en 1985 a una ciudad profundamente segregada que influyó decisivamente en su futuro y que le llevó a encauzar su vocación de servicio público por el camino de la política.

Ese camino le ha llevado hasta la jornada de hoy. Ahora ya queda poco por hacer, aunque sus voluntarios sigan haciendo llamadas y su rival recorra Estados a ritmo de correcaminos. Esta noche habrá un nuevo presidente electo.