"Me nombraron persona 'non grata"
A Antonio Retuerto, la cárcel de Carabanchel no le produce sentimientos especiales. "Nunca me integré mucho porque no me sentía un preso y tampoco pasaba mucho allí". Ni rencor, ni recuerdos románticos. No le daba tiempo. Al poco de ingresar, se escapaba. La última vez, en 1983, con una pistola labrada en escayola y coloreada con tinta china que reposa en una vitrina del museo penitenciario. "Me quedó bastante bien", recordaba con cierto orgullo el día que se hizo pública la caducidad del centro. Una pieza de orfebrería hecha con el trozo de un armario. Una esquirla rota de una patada de frustración. "Me enfadé al ver la chapuza de otro compañero".
El conocimiento de Retuerto de la cárcel siempre fue instrumental. Sabía adónde iban a parar los conductos de los sótanos, las comunicaciones de las galerías, los movimientos de los funcionarios y su carácter. Nada más. Todo ese enjambre de tuberías y hormigón que ha empezado a demoler la piqueta. "Cada vez que volvía entraba a aislamiento y lo único que miraba era a ver si había cambiado algo para preparar la siguiente huida". Poco dado a la improvisación, Antonio cuenta que las temporadas que pasaba entre rejas "repasaba 5.000 veces en la cabeza el plan de escapada".
Nunca le interesó intimar con los demás presos. "Me tenían respeto porque yo se lo tenía. Sabía lo que había y dónde estaba", dice ahora, con 50 años, desde un pueblo de la provincia de Toledo donde regenta una tienda de informática.
Retuerto rara vez bromea a lo largo de la conversación. Sólo se le escapa la risa cuando recuerda que el penal de Carabanchel le nombró persona no grata. Ahí sí le entra un poco de risa: "¡Un preso non grato en la cárcel!". La primera vez que Retuerto cruzó la verja de la prisión fue en 1977, el mismo año de las grandes revueltas de los reclusos del centro.
Según él, su detención fue por robar el coche de un ministro. No sabía de quién era el automóvil. "Me cayeron ocho años y era sólo un chaval de 19, yo no era un delincuente". Desde esa entrada se obsesionó con fugarse: "Era la única salida digna". Encadenó una sucesión de espectaculares huidas "muy peligrosas, porque aquello no era una película y el Cetme de los guardias era de verdad", hasta que decidió que estaba harto "de andar por ahí siempre con documentación falsa".
Entonces, empezó a leer. "Unos cien libros al año", para "preparar cosas". Al tiempo, las autoridades empezaron a creer que estaba rehabilitado. Lo estaba. Todos sus compañeros de correrías están muertos. "La droga era una mierda", resume. Aunque piensa que la cárcel "destruye a la gente, siempre a 15 metros de un muro". Una pared que ya se ha convertido en un montón de piedras.
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