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Columna
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gallo

Federico García Lorca viajó mucho en el tren que une Granada y Madrid. Se ha comentado de forma insistente su último recorrido, en el verano de 1936, cuando los vagones se llenaron de sospechas, de personajes que abrían sus alas como pájaros de mal agüero. Cada kilómetro era un paso orientado a la muerte en acecho y a la represión cruel de una ciudad sometida en dos días por los militares golpistas. Las últimas y abundantes informaciones sobre la fosa de Víznar han vuelto a poner de actualidad la memoria de aquellas fechas trágicas que mancharon de sangre la relación del poeta con Granada. Fue ejecutado en Granada, en su Granada, como escribió Antonio Machado. Pero la vinculación de García Lorca con su ciudad tuvo mucho más que ver con la vida, con la ilusión poética, con los sueños de futuro. Por eso me ha emocionado ver de nuevo la exposición sobre la revista gallo, una publicación que puso en marcha el autor del Romancero gitano en 1928, ayudado por un grupo de jóvenes granadinos de talento notable. Abierta al público durante la primavera pasada en el Palacio de Carlos V, ahora se presenta en el Pabellón Transatlántico de la la Residencia de Estudiantes.

El comisario de la exposición, el también poeta granadino Luis Muñoz, ha hecho un trabajo lleno de rigor literario, muy fino en los detalles conmovedores. En la segunda visita, vacunado ya de la fascinación que provocan los cuadros, los dibujos, los manuscritos, las ediciones y las vitrinas tomadas por la creatividad, he reparado en las fotografías que capturaron la imagen de García Lorca en un vagón de tren camino de Granada. Viajó mucho a su ciudad, mucho, para estar con su familia y sus amigos, para escribir, para sentirse feliz y animar con su genio impaciente y quebradizo numerosas iniciativas culturales como la revista gallo. En esta publicación se condensa toda una teoría sobre Granada que tiene poco que ver con la muerte. García Lorca definió su espíritu como una revista de la ciudad, "para fuera de la ciudad", dispuesta a recoger el latido de todas partes hasta saber mejor cuál era el suyo propio. Apostó por un gallo muy madrugador, con el nervio puro del amanecer, que pusiese el grito en el cielo y defendiese una "revista alegre, viva, antilocalista, antiprovinciana, del mundo, como lo es Granada".

Otro insigne granadino, el crítico e historiador Melchor Fernández Almagro, aprovechó también la aparición de gallo para hacer público su rechazo a la abulia: "Yo sueño con una ciudad rica, activa, tocada por todas las gracias del esfuerzo. Una ciudad que explote sus riquezas naturales, que invente otras, que fomente las que pueda". La prosa vanguardista de Francisco Ayala y Francisco García Lorca, los aforismos de Bergamín, las colaboraciones de Dalí, los versos de Jorge Guillén y el talento juvenil de Gómez Arboleya, López Banús y Amigo, fueron la mejor ridiculización de las mezquindades de don Alhambro. Defender una ciudad tiene poco que ver con la consagración del localismo mediocre, los rencores de mesa de camilla y las ventanas cerradas ante las cosas que suceden en el mundo. Los latidos exteriores ayudan a reconocer el corazón propio. La revista gallo fue de Granada para fuera de Granada, porque no quiso rebajar el consumo interno a creaciones y sueños sin ambición, impresentables fuera de la ciudad.

Las fotografías de Federico García Lorca en el tren hablan del esfuerzo de un granadino que nunca renunció a su ciudad, que quiso trabajar por ella, ser feliz en ella, publicar páginas de alegría, pero sin acomodarse, sin encerrarse en las coartadas del provincianismo. Al verlo en el pasillo de su vagón, pienso que el homenaje más sensato que se le puede hacer a su memoria es conseguir de una puñetera vez el AVE para Granada, una de las ciudades más turísticas y menos comunicadas del mundo. Vamos a pensar en el futuro de Granada, su Granada.

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