Un aval sin resplandor
Sin contar con el Nobel otorgado al nacionalizado Gao Xingjian, hacía 23 años -desde que le fuera concedido a Claude Simon- que el codiciado galardón no recaía en ningún escritor de nacionalidad francesa. Ni -aún más significativo-, en ningún autor que haya utilizado la lengua francesa como vehículo de expresión. Sin llegar al esplendor literario de la escrita en inglés, convertida por méritos poscoloniales en una de las grandes literaturas-mundo, la literatura que algunos se empeñan en llamar "francófona", es decir, la escrita en francés por quienes no han nacido en la antigua metrópoli (como si la lengua tuviera un pacto exclusivo con una nación), todavía no ha obtenido el prestigiado aval del premio establecido por Alfred Nobel. El jurado de la Academia Sueca se ha mostrado hasta la fecha poco dispuesto a considerar los méritos de esos escritores que -desde los recientemente fallecidos Aimé Césaire o Ahmadou Kourouma hasta Tahar ben Jelloun- han venido enriqueciendo la literatura francesa con obras singulares en las que el tronco común se ha visto fecundado por el imaginario y las tradiciones de las respectivas culturas autóctonas.
Hacía 23 años que el galardón no recaía en un escritor nacido en Francia
Es un autor notable pero que carece del aura de los realmente grandes
En todo caso, 23 años son muchos, incluso para una literatura "nacional" que en las últimas décadas no ha deslumbrado por sus logros. El gran momento de la literatura francesa del siglo XX ya recibió oportunamente el definitivo espaldarazo sueco: en sólo 17 años -de 1947 a 1964- fueron premiados cinco escritores del Hexágono, aunque algunos hubieran nacido fuera de él. Los laureles concedidos a Gide, Mauriac, Camus, Saint-John Perse y Sartre (que no lo recogió) pueden leerse en conjunto como el homenaje de la Academia Sueca a una literatura que se mostraba en plena sazón.
Ahora no es el caso. Pero probablemente tocaba premiar a Francia, cuyo lobby en Estocolmo no es para nada desdeñable. Y puestos a elegir, Le Clézio era una apuesta más segura en términos de consenso que Modiano (a quien se le acaban de volatilizar las perspectivas de obtener el galardón a corto plazo). Sobre todo porque la trayectoria del afortunado -desde El atestado (1963) a la recién publicada Ritournelle de la faim, que en la semana anterior al Nobel había vendido más de 45.000 ejemplares-, ha sido suficientemente original y, en cierto sentido, excéntrica al mainstream francés como para atraer la atención de su público "natural", uno de los más cultos y curiosos del mundo en lo que a novela se refiere. Desde el radical rechazo de la modernidad de sus primeros libros (El atestado, El diluvio, La guerra), Le Clézio ha sabido conectar con un lectorado muy de su tiempo (la generación de los babyboomers, con su rechazo de la cultura del consumo) familiarizado con la literatura extranjera del siglo XX. Panteísta antitecnológico y partidario en su primera etapa de la comunión con la naturaleza y la felicidad de los placeres naturales, a partir de su estancia en México y Centroamérica comienza a publicar libros -a veces híbridos de travelogue antropológico y ficción existencial- en los que lo natural añorado se concreta en el contexto de culturas y tradiciones no eurocéntricas: Desierto, El buscador de oro y, en cierto sentido, Diego y Frida, responderían a esa fase intermedia de su producción. En su última etapa, y cerrando el círculo abierto por la conciencia antimaterialista de Adam Pollo, protagonista de El atestado, Le Clézio ha regresado a la introspección, esta vez en forma de ficción de componente autobiográfico y búsqueda de raíces familiares (La cuarentena, Onitsha, por sólo citar algunos de los títulos publicados en España).
Un Nobel casi de compromiso. Un autor notable -y muy leído- en su país, desde luego, como la mayoría de los premiados por la Academia Sueca. Pero que, en mi opinión, carece del aura de esos Nobel verdaderamente grandes que, muy de vez en cuando, prestan un destello de su resplandor al premio más mediático.
Babelia
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