Construyendo confianzas
En plena ofensiva del sistema para salvar los muebles, a uno se le ocurren cosas. Seguramente equivocadas. Pero lo cierto es que los modelos de desarrollo que han gozado de más predicamento en los últimos tiempos no parece que sean muy estables. Y parece bastante obvio que provocan mucha zozobra. Estos días oímos cosas sorprendentes. Por ejemplo: mucha gente que ha estado dando la vara sobre lo mal que estaba Barcelona con relación a Madrid y otras ciudades relumbrantes y falleras, empieza a aceptar que sin tantos fuegos de artificio, sin tanta fórmula 1 ni tanta Copa Davis, Barcelona parece contar con mimbres que le permitirán resistir sin demasiados aspavientos restrictivos la época de vacas flacas en la que ya estamos inmersos. Tengo ganas de ir a Madrid y ver cómo avanza Valdebebas (justo al lado de la T4), que, con sus miles de casas adosadas cerca de la ciudad deportiva del Real Madrid, quería ser "una nueva forma de hacer ciudad". La cosa de rehabilitar, aprovechar espacios, rehacer aquí y allá, típica de una ciudad como Barcelona totalmente construida, tiene ahora su puntito de gracia. Lo que quizá nos convendría es aprovechar el momento para plantear con calma una construcción metropolitana, más basada en relatos e historias que van transcurriendo por debajo de los bloqueos institucionales, que debería desembocar en formas de articulación territorial más naturales y menos jerárquicas.
La confianza reside en la reputación de los protagonistas y se basa en las relaciones que tejen complicidades
Por el momento, he ido desempolvando las cosas que tenía guardadas sobre desarrollo endógeno o sobre la necesaria articulación territorial de dinámicas sociales, culturales, económicas e institucionales, temas que en plena crisis económica de la década de 1980 tuvieron su momento álgido, pero que parecían obsoletas en la fiebre de los últimos tiempos. En estos años, muchos autores han ido tratando de hacer complejo el concepto de desarrollo, incorporando al clásico componente económico y de mejora de las condiciones de vida material (alimentación, salud, escolarización, vivienda...) otros factores como progreso moral (solidaridad, reconocimiento de la diversidad...) y elementos de identidad (sentido de proyecto compartido, elementos culturales comunes...). La globalización económica ha tendido a considerar anecdótica o simplemente oportunista la relación con el territorio. Un buen territorio en el que aterrizar era el que disponía de bases materiales óptimas (comunicaciones, sistemas de información, infraestructuras adecuadas...) y estabilidad política que asegurara lo de siempre, que los negocios fluyeran adecuadamente sin sobresaltos. Pero la propia lógica del sistema (hoy caracterizada como exceso de avaricia y falta de responsabilidad) propiciaba que cuando en otro territorio la oferta fuera mejor, más rentable o con mayores incentivos para el aterrizaje, ese tipo de inversiones rápidamente volaban, dejando atrás desolación y amargura. Lo cierto es que cuando la nube tóxica vaya disolviéndose o difuminándose, seguramente seremos capaces de observar que buena parte del bosque del desarrollo sigue en pie. Está en crisis la economía financiera, la que juega al intercambio rápido de cromos. Y sin despreciar su significación, lo cierto es que al final, la base productiva sigue siendo muy relevante y notablemente fiable.
Pensaba estas cosas hace unos días cuando, fiel a los orígenes de mi familia, acudí a Santiga, en el municipio de Santa Perpètua de Mogoda, para respaldar y reforzar la campaña con la que se pretende rehabilitar la ermita románica del lugar, cuyos orígenes se remontan al siglo XII. Me sorprendió agradablemente la implicación de diversas industrias de los polígonos cercanos que, apoyándose en los beneficios del mecenazgo, querían demostrar su vinculación y su compromiso con el territorio en el que su empresa está establecida ofreciendo fondos para la rehabilitación del templo. Uno de los mejores teóricos del desarrollo endógeno, Vázquez Barquero, contrapone la lógica del capitalismo globalizado (con políticas macroeconómicas y estructurales) a la del desarrollo local (que potencia los equilibrios territoriales y la descentralización). Unas aprovechan lo que ya existe y exigen siempre más y más para incorporar un espacio al orden global. Las otras tratan de rescatar y vigorizar las potencialidades existentes para conseguir avances sólidos y sostenibles. La combinación de elementos culturales y políticos específicos, y la búsqueda de aquellos puntos fuertes plenamente enraizados y no inventados o transplantados, propicia que lo que se haga cuente con bases sólidas y con confianzas que son difícilmente alcanzables cuando hablamos de "hubs" o "enclaves globales".
No se trata de defender la autarquía, sino de propiciar lo específico en un contexto de mundialización y conectividad. La frase "no hay territorios condenados, sino territorios sin proyecto" ha comportado una tendencia a buscar en la propia especificidad, en los propios recursos y potencialidades, los elementos que permitan sostener un comunidad de manera estable y con menores vulnerabilidades. La combinación de proyectos de desarrollo local, con buenos entramados de pequeñas y medianas empresas, iniciativas de economía social y fórmulas cooperativas, aparecen ahora como instancias tranquilizadoras en el marasmo financiero al que nos han lanzado y ponen de relieve la fragilidad del fogonazo inmobiliario que no disponga de bases sólidas que lo acompañen. Ahora que se habla tanto de confianza, deberíamos aceptar que no hay una receta mágica que brinde confianza a alguien que está pensando más en aprovechar la ocasión que en generar vínculos. La confianza reside en la reputación de los protagonistas y se basa casi siempre en relaciones continuadas que tejen complicidades y articulan intereses. Sin duda, podemos sacar lecciones positivas de los agitados días que vivimos.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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