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Columna
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El amor es lo que importa

No acabo de entender el porqué de tanta zozobra en Wall Street, tanta preocupación en los rostros de Paulson y Bernanke, tantas reuniones nocturnas en el Senado norteamericano, tanta incertidumbre en los mercados financieros, tanta alarma en el BCE y tanta tensión en el eje francoalemán. Si sus protagonistas principales hubieran estado presentes en el debate de Política General realizado la semana pasada en las Cortes Valencianas, se hubieran dado cuenta de que todo es mucho más sencillo de lo que creen.

De acuerdo con la doctrina impartida por nuestros gobernantes autonómicos, de esta crisis se sale con un simple trasvase, el reconocimiento de que somos un millón más de ciudadanos y el envío de un anticipo a cuenta de 343 millones de euros (que el Gobierno de España, como siempre, se niega a adelantar). Así de fácil. Lo verdaderamente inexplicable es que el resto del mundo no lo vea y ande empeñado en instrumentar operaciones de rescate multimillonarias que, sumándolas todas, duplican ya el PIB español.

Naturalmente ustedes se preguntarán con todo derecho por qué el Gobierno se niega a aceptar la imaginativa apuesta de la Generalitat para afrontar la crisis. Pues, aunque cueste creerlo, existe una razón de peso para ello: Zapatero odia a los valencianos. Así es. Lo dijo Ricardo Costa con esa locuaz sinceridad que le caracteriza.

Y es que al dinámico portavoz del PP se le podrá criticar cuanto se quiera, pero lo que no se le puede negar es su acreditada capacidad para decir la verdad a los ciudadanos. Alguien tiene que hacerlo en estos tiempos de desconfianza generalizada.

Naturalmente Costa no es el único. Canal Nou, por ejemplo, se viene esforzando de manera concienzuda en explicar al pueblo valenciano que la crisis que padecemos no es un asunto fraguado en los despachos de los directivos financieros de Manhattan, en la irresponsabilidad desreguladora de la administración Bush o en la negligencia de las autoridades urbanísticas españolas (entre ellas, y en lugar muy destacado, la Generalitat Valenciana), empeñadas durante años en engordar sin medida a promotores y constructores de toda clase y condición. Nada de eso. La culpa de todo esto la tiene casi en exclusiva Zapatero porque, sin que todavía sepamos muy bien por qué, detesta a los valencianos.

Y así, mientras que la Generalitat rebaja sus propios impuestos haciendo gala de una generosidad digna de encomio, el Gobierno de España se niega a cubrir el déficit generado como consecuencia de tan excelsa magnanimidad. Por muchas vueltas que le demos sólo el desamor podría explicar tamaño desatino. Por eso Costa molesta tanto a los socialistas. Porque ha puesto el dedo en el centro mismo de la llaga.

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Y menos mal que éstos, por fin, han encontrado el camino correcto. Lo escenificó perfectamente Ángel Luna cuando solicitó que las Cortes insten al Consell para que a su vez el Consell inste al Gobierno para que Zapatero resuelva los problemas financieros de Wall Street, haga bajar el precio del petróleo y contenga el alza de las materias primas. ¡Ya era hora! Efectivamente, eso es lo que tiene que hacer una oposición patriótica que se precie. Aunque a Luna le faltara exigir que, una vez solucionado todo lo anterior, Zapatero nos apruebe de una puñetera vez el trasvase y nos pague el anticipo que nos debe.

De cualquier otro modo los valencianos nunca saldremos de ésta. Ni, lo que es aún más importante, nos sentiremos queridos por él. De hecho, yo no me sentía tan odiado desde que Solchaga nos cerró la IV Planta de Sagunto.

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