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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Suráfrica, enfangada

La imprescindible destitución del presidente Thabo Mbeki no despeja el horizonte de la crisis

La República Surafricana afronta sus horas más bajas en 14 años. La forzada dimisión de Thabo Mbeki al frente de la jefatura del Estado, su sustitución por el interino Kgalema Motlanthe y la oscura polémica que rodea a Jacob Zuma, llamado a convertirse en el próximo presidente, ilustran la gravedad de la crisis en una nación muy lejos ya de aquel heroico final del apartheid, en 1994, y la presidencia irrepetible del anciano Nelson Mandela. Una etapa en la que el país abanderado del continente asentó sus credenciales democráticas multirraciales y su liderazgo regional.

Los dirigentes surafricanos han sido profundamente contaminados en los últimos años por las corruptelas de un formidable contrato de armamento, más de 2.500 millones de euros, en el que se embarcó en 1999 el partido gobernante y virtualmente único, Congreso Nacional Africano (ANC), para edificar la supremacía de las fuerzas del nuevo Estado, libre ya del dominio blanco. El recorrido de una parte de ese dinero, las presiones políticas y judiciales suscitadas por sus recovecos y las luchas faccionales en el seno del poder han enfangado decisivamente al ANC. No sólo han hecho saltar a Mbeki, sino que amenazan también el futuro de Zuma, actual líder del partido y seguro candidato presidencial en las elecciones del año próximo; la fiscalía confirmó ayer que recurrirá una reciente sentencia que, amparada en tecnicismos, exculpa a Zuma de cargos de corrupción, fraude y soborno relacionados con el caso. Antes de que las ramificaciones del contrato bélico hicieran su situación insostenible, el ex presidente Mbeki, nueve años en el poder, había sido desacreditado por su autoritarismo, su negligencia culpable a propósito del sida devastador y la violencia social y su patrocinio de la infame tiranía de Robert Mugabe en el vecino Zimbabue.

Pese a sus serios problemas, Suráfrica es un espejo para el resto del continente. Su desarrollo económico y político, una Constitución envidiable y la fortaleza de sus instituciones la hacen un caso aparte. Está por verse, sin embargo, si este envidiable equipaje es suficiente para sanear social y políticamente un sistema en el que muchos de sus responsables, partícipes o herederos de un celebrado movimiento de liberación, han identificado hasta lo intolerable sus propios intereses con los del Estado al que dicen servir.

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