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Columna
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Las palabras pesan

Diego A. Manrique

El rap francés salta frecuentemente a las noticias. Y no por asesinatos y tiroteos, como en EE UU; generalmente, se trata de conflictos que exploran los límites de la libertad de expresión y traen ecos de la guerra larvada que enfrenta a las fuerzas policiales con algunos habitantes de la banlieue.

Eso nos recuerda datos esenciales, que explican la importancia de un género que, en España, parece una forma solipsista.

Primero, a pesar de estar tapizado de jerga y expresiones foráneas, el hip-hop es considerado música nacional: entra en el 40% de música francesa que por ley deben programar las emisoras.

Segundo, es un negocio: el mercado francés para el hip-hop es el segundo mundial. Y mantiene diferentes variedades del rap local, desde el comercial al agresivo.

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Un 'rapero' contra Sarkozy

Tercero, tiene temática propia. Aparecen las letras tipo yo-soy-más-duro-que-tú, esa sonrojante obsesión del rap español, pero destacan las piezas que reflejan las tensiones de los suburbios, la naturaleza de la ciudadanía francesa, el arreglo de cuentas con el pasado colonial.

Cuarto, muestra una notable riqueza musical, que resulta de la integración de músicos de carne y hueso. Tal abanico creativo permite prodigiosas reencarnaciones: Abd al Malik, autor de Gibraltar, es del Congo; Akhenaton tiene raíces francesas e italianas.

Finalmente, se beneficia del privilegio de ser en Francia poeta o pensador. La obsesión litigante de Sarkozy contra Hamé tiene mucho de cumplido: sus palabras pesan, sus argumentos importan.

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