Tiempo de villanos
La marca de relojes suizos "más famosa del mundo" (y debe de ser verdad: 16 millones de referencias en Google) acaba de lanzar una colección de "cronos" centrada en la "atracción y misterio" de los villanos que se han enfrentado con James Bond. Resultan ideales -dicen- para regalar en ocasiones especiales: Navidad, aniversarios, comuniones, bodas, jubilaciones. De manera que ponga un villano en su muñeca. Y elíjalo bien: uno puede navegar hasta la web de la compañía -fundada en los ochenta como agresiva respuesta de la industria suiza a la conquista de los mercados mundiales por los relojes japoneses- y, mediante un sencillo test (qué arma elegiría para matar, cuál es su vía de escape favorita), averiguar la propia "naturaleza maligna". De acuerdo con ella, la marca le sugiere el modelo que le cuadra mejor: ¿el de Oddjobb, el coreano de sombrero letal (Goldfinger)?, ¿el de la supermala lésbica Rosa Klebb (inolvidable Lotte Lenya) de Desde Rusia con amor?, ¿el del astuto Scaramanga de El hombre de la pistola de oro? Así hasta 22 villanos para elegir. Escoja uno y mida con él su tiempo.
"Vivimos fascinados por los villanos. Los chicos y chicas malos nos atraen más que los buenos"
Vivimos fascinados por los villanos. Los chicos y chicas malos, esos modelos que no debemos imitar, nos atraen más que los buenos. Los inquilinos del Infierno dantesco son más divertidos que los bienaventurados del Paraíso, sus vidas fueron más novelescas, sus amores más intensos, sus pecados más espectaculares que las virtudes de sus contrafiguras celestiales. Desde muy antiguo, los villanos -y especialmente los villanos absolutos, que son los de la cultura popular- encarnan fantasías de deseos cumplidos que la civilización ha reprimido en el común de los mortales, pero que siguen ahí, latentes, oscuros, esperando. En cada uno de nosotros duerme mister Hyde.
Desde Vladímir Propp sabemos que el villano cumple una función fundamental en el relato. Como adversario del héroe, encarna el obstáculo -a veces auténtica némesis- que éste debe despejar, pero también le sirve de complemento: su carácter y aspiraciones deben ser diametralmente opuestas a las suyas, aunque ambos provengan a menudo del mismo ambiente (como Caín y Abel) y originalmente compartiesen los mismos valores. El villano es, con frecuencia, un héroe frustrado al que el bueno ha infligido un agravio. Los sacrificios de Abel agradaban más a Yahvé -que siempre se mostró caprichoso-, lo que resulta intolerable para el excluido y explica su villanía asesina. Villano es, también, como denuncia la etimología, el siervo de un noble; es decir, el pobre.
Una película de superhéroes es tan buena como malvado (y, por consiguiente, bueno en su género) sea su supervillano: el último Joker -Heath Ledger- resulta más atractivo que el Batman fascistoide y blandengue que se le opone. Claro que los mejores son aquellos que consiguen hacernos creíbles sus razones: Frankenstein (Mary Shelley), Torquemada (Galdós), Fagin (Dickens) o La Belle Dame sans Merci (retomada por Keats) son grandes ejemplos de la literatura del XIX que han hecho escuela en la cultura popular posterior, repleta de mujeres fatales (por seguir con Bond, ahí tenemos a la estupenda Xenia Sergeyevna Onatopp, de GoldenEye, que llega al orgasmo cuando asesina), científicos ambiciosos (Nemo, Moriarty, Moreau, Luthor), sádicos sin escrúpulos, psicópatas irredimibles, etcétera. Toda una galería de personajes malvados a los que adorar y en los que (secretamente) proyectarse.
Claro que los de los relojes -simples malos banalizados- no son los más siniestros. A estas alturas ya deberíamos saber que los villanos más temibles no habitan en la ficción. Pero, claro, a ninguna compañía se le ocurre lanzar una línea de "complementos" con villanos que no lo parecen, aunque protagonicen titulares de los diarios o perpetren sus fechorías en los mercados financieros. Desde allí también miden nuestro tiempo, "tic-tac, tic-tac, tic-tac".
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