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Columna
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Crisis también en Galicia

Asusta lo que está sucediendo en Estados Unidos y el impacto que tiene en Europa. La crisis económica es de tal calado, también en Galicia, que exige la adopción de medidas proporcionales, por muy escalonadas que sean. Desgraciadamente, el sector público que tenemos funciona de manera tan dispersa que resulta complicado señalar los centros de decisión a los que corresponde afrontar la situación, pero tampoco resolveremos mucho si nos quedamos mirando a la Unión Europea, al Gobierno, al Banco de España o al Banco Central Europeo, como si desde tales instancias pudiese llegarnos a Galicia un bálsamo que alivie todos nuestros males.

Es evidente también que no sólo existen responsabilidades públicas y que al sector privado le corresponden muchas de las iniciativas, del mismo modo que a los anestesiados agentes sociales. Pero unas cosas y otras sólo nos llevan a más de lo mismo: hay que actuar cuanto antes, lejos de las pamplinas que estamos acostumbrados a escuchar, porque lo que viene es muy gordo.

Siempre es más difícil convocar al país a un esfuerzo colectivo que decir que todo va bien

En Galicia no hay muchos termómetros de la pérdida de valor que trae consigo esta crisis, pero para que tengamos una idea podemos partir de que un banco como el Pastor estaba valorado en casi 5.000 millones de euros en la primavera de 2007 y que hoy se puede comprar por apenas 1.500 millones. Y el problema no es sólo del Pastor, que a lo sumo refleja, porque cotiza en Bolsa y es transparente, un indicio más del deterioro de nuestra riqueza.

Podemos resistirnos a asumir que nuestras casas y nuestras pymes no se han deteriorado tanto como el Pastor, pero la realidad nos conduce a iniciar esa reflexión, porque lo que creímos que valía cien ahora resulta que nos lo valoran en la mitad o incluso en la tercera parte. Y el problema ya no es sólo cuánto nos dan por lo que tenemos, sino cuánto tenemos que pagar por lo que compramos creyendo que valía cien.

Peor aún. A la crisis general, que es global pero también local, debemos sumar en el caso de Galicia algo más importante: la ausencia de un verdadero modelo de desarrollo. Como ya observó en estas páginas el catedrático Fernando González Laxe, Galicia no responde a los modelos actuales, ya que, por una parte, llega tarde y se incorpora con recelo a las revoluciones industriales, tecnológicas y del conocimiento, y, por otro lado, su proceso de acomodación a los nuevos escenarios le ha obligado a afrontar más de una reconversión económica y social extremadamente dolorosas.

El ex presidente de la Xunta, el primer socialista que gobernó este país, es aún más duro cuando dice que Galicia, sin justificación alguna, fue castigada por determinados gobiernos -populares y socialistas- que no fueron sensibles ni llegaron a entender los factores históricos y estratégicos de su posicionamiento y de su realidad. ¿Lo entenderán ahora que andan tan apurados con la crisis y con la financiación de Cataluña? Seguramente va a ser que no.

Ante la crisis que sufrimos y la recesión que se avecina -a estas alturas conviene hablar con rigor pero también con propiedad-, sólo puede plantársele cara mediante programas de reestructuración profundos. Lo que está en juego no es ya el valor de lo que tenemos, que es evidente que se ha reducido, sino la necesidad de reducir nuestros costes y de aumentar la productividad.

Es decir, que toca apretarnos el cinturón y dejarnos de tanto restaurante y tanto coche oficial a cuenta de la Xunta, la diputación o el ayuntamiento. Toca ponernos el mono de faena, a riesgo de seguir destruyendo empleo en vez de crearlo. Y para eso, el catedrático coruñés nos ha señalado tres caminos: la innovación, las infraestructuras y el desarrollo del talento.

Estando tan cerca una campaña electoral, es comprensible que a los gobernantes de Galicia les cueste asumir el discurso y la experiencia política de Laxe, porque siempre es más difícil convocar al país a un gran esfuerzo colectivo que decir que todo va más o menos bien, aunque sea a base de rebuscar en el baúl de las viejas estadísticas. Pero aun sabiendo que la política es así, no por ello conviene dejar de subrayarlo en los medios donde todavía se pueden expresar estas ideas, lejos de los cantos de sirena subvencionados por el poder.

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