Diminuendo
Siempre he considerado una mala jugada de las musas el estar tan pésimamente dotado para el género aforístico. ¡Me gusta tanto leer breverías y otras microcosas! Pero para escribirlas hace falta algo más que ingenio y fervor por la concisión, un no se qué contrario a desparramar, unido a saber empaquetar con elegancia la lucidez. También contentarse con una perspectiva verídica, renunciando a la opuesta que quizá no le es menos: de éso nunca he sido capaz. Me consuelo pensando que un talento en teoría tan propicio al género como Voltaire tampoco lo practicó, pese a que su obra inmensa está llena de aforismos digamos involuntarios (hace años me deleité en fabricar con ellos una antología). Pero antes y después de él, así como en su época ilustrada, tuvo compatriotas que destacaron en el cincelado de incomparables miniaturas: Pascal, La Rochefoucauld, La Bruyère, Chamfort, Vauvenargues, Joubert. Todos están hoy al alcance del lector español en un solo volumen (que merece vaciar media estantería para hacerle sitio) preparado con mimo y saber por José Antonio Millán Alba para la Biblioteca de Literatura Universal, por encargo del inolvidable Claudio Guillén. No imagino compañía mejor para todas las estaciones y todas las edades.
¿Lo mejor del aforismo? Que no admite la dilación ni el relleno, las dos muletas del oficio literario
Regresando de los clásicos, el género breve también tiene ahora excelentes cultivadores en lengua castellana, a quienes los aficionados valoramos quizá más que a los autores de obras copiosas. Desde hace más de una década disfruto particularmente con las sucesivas entregas de Ramón Eder, la última de las cuales se llama Ironías (Eclipsados). En ocasiones logra auténticos micropoemas inspirados: "Muchas veces he intentado echar raíces, pero siempre me lo han impedido las alas". Sin duda, otro de los mejores es Andrés Neuman, nacido en Buenos Aires y afincado en Granada, que con cierta frecuencia publica sus aforismos en el suplemento cultural de ABC y que hace tres años reunió unos cuantos en El equilibrista (Acantilado). Suele ser tan certero en sus consejos ("No confundir la moral con quienes la defienden") como en sus definiciones: "Religión: asombro mal encauzado". También en Granada radica la editorial Cuadernos del Vigía, que ha lanzado una colección dedicada al aforismo que se inicia muy satisfactoriamente con Electrones, de Carlos Marzal. El libro se abre con una constatación inmejorable: "A nadie le resultan demasiado graves sus defectos, en especial el de no considerar sus defectos demasiado graves".
A veces el género mínimo se pone al servicio de alguna causa intelectual específica: por ejemplo los "afuerismos" -así los llama él- que Ángel de Frutos Salvador reúne en Puentes en el desierto (Junta de Castilla y León), dispositivos ingeniosos para ilustrar sapiencia psicoanalítica y, sobre todo, lacaniana. El notorio gusto por el calembour de Frère Jacques encuentra aquí numerosas réplicas afortunadas ("Lo que falta. Lo fatal") aunque cuanto más cautivado esté el lector por la doctrina freudiana más disfrutará de ellas. Por supuesto, uno de los santos patronos en nuestra lengua de la brevería es el Juan de Mairena de Antonio Machado. Y se le siguen tributando homenajes cuya excelencia les salva a veces de caer en el simple pastiche, como es el caso de La razón y otras dudas (Pretextos) del jerezano José Mateos. Los dos maestros de docencia improbable que se inventa en la traza de Mairena, don Juan Espectro y don Eugenio Liendres, cubren las suplencias del maestro con sabrosa donosura y personalidad propia, aportando algo menos de racionalismo y algo más de melancolía. De vez en cuando desafían al espíritu de los tiempos, como cuando don Juan Espectro define lo políticamente correcto que es "la mojigatería del demócrata y consiste en estirar lo sensato hasta la estupidez".
¿Lo mejor del aforismo? Que a diferencia de la novela, el ensayo, el drama en tres actos y hasta la poesía, no admite ni la dilación ni el relleno, las dos trabajosas muletas del oficio literario.
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