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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Cuidado con el rey

Diego A. Manrique

Entrevisto a Randy Newman, el más mordaz de los cantautores estadounidenses. Acaba de sacar Harps and angels, una de sus raras colecciones de canciones; ya se sabe que Randy vive esencialmente de confeccionar bandas sonoras.

Allí suena una pieza cuya letra incluso apareció en la sección de Opinión del New York Times. Se trata de A few words in defense of our country, donde ataca a la cúpula de Washington, líderes que "son los peores que hemos tenido / aunque no llegan a ser lo peor / que ha visto nuestro pobre mundo". Randy gana puntos por evocar a uno de los olvidados villanos de la historia europea: "Hitler, Stalin. / Hombres que no necesitan presentación. / El rey Leopoldo de Bélgica / todos piensan que fue fantástico. / Bueno, era el propietario del Congo y lo destrozó, / se llevó los diamantes / se llevó la plata / se llevó el oro. / ¿Sabéis lo que dejó? / La malaria". Resulta revelador que un californiano nos recuerde la maldad de aquel gobernante: en 2007, la UE dedicó una moneda conmemorativa a Leopoldo II, responsable de la muerte de 10 millones de africanos. Una cifra orientativa: valía tan poco la vida de los congoleños que nadie se ocupaba de estadísticas.

Los nativos fueron convertidos en trabajadores esclavos para obtener caucho, marfil y demás productos que engordaban las arcas de Leopoldo. Debido a las altas cuotas exigidas, se descuidaban las cosechas y seguían hambrunas arrasadoras. Los castigos eran tan implacables como calculados: para ahorrar balas, se fusilaba a los rebeldes puestos en hilera; se cortaba la mano de los descontentos. Era "el horror, el horror" que describió Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas.

Leopoldo II jamás viajó al Congo: prefería los burdeles de París o Londres. Cultivó una imagen de soberano distante y modesto, aunque estaba envenenado por un ardiente deseo de dinero. Como le había tocado en suerte un país reciente, pequeño y dividido, decidió buscar fortuna por su cuenta. En la segunda mitad del siglo XIX, eso se traducía en explotar una colonia. Dado que los prudentes belgas no querían aventuras, intentó comprar las Filipinas a España o alguna posesión portuguesa. Rechazado, se puso piel de cordero y engañó a las potencias -Inglaterra, Alemania, Francia- con el truco de una sociedad filantrópica que llevaría las tres ces (cristianismo, comercio, civilización) a su rincón de África. Así se convirtió en propietario único del llamado Estado Libre del Congo.

Teóricamente, era un monarca constitucional. Pero supo explotar la debilidad de sucesivos gobiernos belgas y arañar prestamos millonarios para su experimento congoleño. Controlaba una red mundial de espías y simpatizantes ingenuos (hasta Mark Twain se dejó engañar). Y desviaba los beneficios a cuentas en el extranjero. Cuando el clamor mundial contra sus excesos se hizo insoportable, "donó" (léase "vendió") su posesión al Estado belga. En 1960, declararon apresuradamente la independencia; la colonia carecía de cuadros y renacieron los enfrentamientos étnicos. Así sigue.

Algunos belgas han intentado compensar estas ignominias. En Bruselas funciona la discográfica Crammed. Oigan su serie Congotronics: grupos interétnicos que utilizan instrumentos propios y europeos, que potencian sus raíces tribales. Lo denominan electrotradicional, y vienen de la capital, Kinshasa. La antigua Leopoldville.

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