Rusia, a la ofensiva
Moscú reconoce la independencia de Osetia y Abjazia, ahondando la crisis internacional
El Gobierno ruso dio ayer otro paso en la explotación de su victoria sobre Georgia al reconocer la independencia que Osetia del Sur y Abjazia proclamaron en 1991. En aquella fecha, Moscú no pudo o no quiso llegar tan lejos, inclinándose por un pacto con Tbilisi que ha permitido mantener un precario equilibrio en la región hasta el pasado 7 de agosto, cuando el presidente georgiano Saakashvili dio orden de reducir Osetia por la fuerza. La estrategia de Putin y Medvédev busca subrayar el contraste entre la respuesta rusa de 1991 y la de ahora. Primero, para recordar que Moscú ya intentó la vía de la negociación; segundo, para demostrar que la ruptura del statu quo es responsabilidad de Georgia y, tercero, y tal vez más importante, para dejar patente que la Rusia de hoy no es la de entonces.
Estados Unidos y la Unión Europea no han conseguido reconducir la crisis ni tampoco arrebatar la iniciativa a Moscú. No lo tenían fácil, puesto que deben exigir a Putin y Medvédev el respeto a un principio que, como el de la integridad territorial, fue previamente ignorado en Kosovo. Pero, además, han cometido graves errores de estrategia, como la aceptación por parte de la UE de las condiciones del alto el fuego que exigía Moscú. Para colmo de descrédito, Rusia las ha ido convirtiendo arrogantemente en papel mojado a medida que pasaban los días: ni se retiró de Georgia según el plan acordado con Sarkozy, ni ha esperado a ninguna discusión internacional sobre el futuro de Osetia y de Abjazia, sino que lo ha decidido de manera unilateral. Es de esperar que el Consejo Europeo extraordinario convocado para el próximo lunes extraiga las lecciones.
Rusia corre el riesgo de creerse omnipotente sólo porque sus adversarios se encuentran impotentes ante sus decisiones. Imitando con sarcasmo el discurso europeo y norteamericano sobre Kosovo, asegura que la independencia de Osetia y Abjazia no constituye un precedente. De la misma manera que no estaba en manos de quienes apoyaron la secesión de Kosovo decidirlo -y la prueba son, precisamente, las independencias de Osetia y Abjazia-, tampoco está del todo en manos de Putin y Medvédev anticipar las consecuencias de su decisión. Sobre todo porque es absurdo empeñarse en negar la evidencia sólo porque otros la negaran antes: tanto Kosovo como Osetia y Abjazia son precedentes contra el principio de integridad territorial, con los que la comunidad internacional tendrá que lidiar a partir de ahora.
Aparte de reconocer a estas regiones desgajadas de Georgia, Rusia ha invitado a otros países para que lo hagan. Con ello ha abierto un nuevo flanco, y Gobiernos enfrentados a Estados Unidos o la UE tendrán algo que ofrecer a Rusia a cambio de su apoyo y, eventualmente, su protección. Este proceso no hará más estables las relaciones internacionales, sino que multiplicará los riesgos de que crisis periféricas acaben involucrando a todos.
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