Contra Casandra
Hay que llevar la contraria al sindicato de los tristes. Contra los Casandra, los periódicos todavía existen. En todo caso, pervive el periodismo.
Nuestra prensa afronta una doble crisis. La específica del sector, pespunteada por la caída de las difusiones en el mundo desarrollado (UE y EE UU), desde hace un largo decenio, sólo compensada por su ascenso en los zonas emergentes (India, Suráfrica y Latinoamérica).
Y la que es consecuencia de la incipiente estanflación económica general: drástico derrumbe de la publicidad, erosión de las promociones... Esta crisis, por grave, gravísima, dejará secuelas. Pero se remontará: los ciclos; la vida, ya todo se comprende.
La crisis específica exhibe peor cornamenta. Arrastra un cambio de paradigma: emisores y receptores se ecualizan en la Red; se acabó lo vertical, impera lo horizontal. Implica una revolución, por la que la imprenta- industria cede paso a la pantalla-servicio. Supone un hermoso revolcón al oficio del periodista: hay que escuchar más, dictar menos, esa vuelta a los orígenes.
Y así, la némesis del papel al digital, o mejor dicho, del papel a la mezcla de papel y digital (y al mestizaje de otros soportes, como ayer la televisión y anteayer la radio), genera novedades apasionantes.
Nace el citizen's journalism: ustedes, enviando fotos desde Londres el 7 de julio, aupándose a los blogs, contrariando a nuestros santones... Surge la información hiperlocal, que crea comunidades virtuales, partiendo de la información concretísima, para trenzar lazos de comunicación próxima, de barrio. Se funden las técnicas de papel y digital, una empuja a la otra, muchas veces abocando a la integración de las redacciones, esa apuesta por lo virtual. Aunque los resultados aún lo deben casi todo al diario convencional. Se exploran nuevos soportes, como las noticias por teléfono móvil: paisista adicto, todo a su alcance.
A su alcance, y a su modelaje, esta hermosa revolución estructural, que ahora se complica y dobla de reconversión coyuntural, más difícil todavía.
Más difícil. Faltan reglas. El periodismo añejo las consagraba en códigos deontológicos, manuales, libros de estilo: no confundir información y opinión; contrastar en varias fuentes; buscar la independencia, especialmente respecto de uno mismo... O sea, la calidad. ¿Cómo las traducimos ahora a los nuevos soportes?
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