El final del triunfalismo financiero
Señalará la cada vez más desbocada crisis financiera de hoy el final de la era de triunfalismo financiero? Pidan a cualquier lego que enumere las 10 grandes innovaciones que rigen nuestro mundo actual y probablemente no haya muchos que mencionen la fórmula Black-Scholes para el cálculo de precios futuros. Pero para la comunidad financiera, a las fórmulas pioneras que abrieron el camino a las modernas estrategias de cobertura les corresponde el mismo crédito por el momentáneo periodo de crecimiento mundial que a los teléfonos móviles, los ordenadores o Internet.
Hasta los últimos 12 meses, los defensores de las finanzas parecían tener una causa sólida. Al ayudar a repartir el riesgo, las finanzas de alta tecnología podían ayudar a las economías a crecer con más rapidez. Los macroeconomistas celebraban la "gran moderación" del ciclo económico mundial, con unas recesiones que parecían más suaves y menos frecuentes. Y, por supuesto, la comunidad financiera ganaba dinero a espuertas, creando cientos de millonarios e incluso multimillonarios en todo el mundo.
Las épocas de fuerte reglamentación financiera tienden a experimentar menos crisis que las épocas de libertad poco reglamentadas
Los gobiernos también animaban. En los países anglohablantes, presidentes y primeros ministros, por no mencionar algunos de los principales directivos de los bancos centrales, se jactaban de tener sistemas financieros superiores, que eran la envidia del mundo. Cuando los dirigentes franceses y alemanes se quejaban de que los tentáculos extendidos e incontrolados de las nuevas finanzas suponían un enorme riesgo para la economía mundial, se los tachaba de perdedores amargados. Pequeños países como Islandia decidieron unirse a la movida, privatizando sus bancos y estableciendo sus propios centros financieros. Si uno no puede ser Silicon Valley, ¿por qué no crear un mini Wall Street?
Ahora los bancos de Islandia, endeudados en una proporción que supera varias veces el PIB nacional, se encuentran en una situación desesperada, con deudas muy superiores a lo que los contribuyentes pueden absorber. Hasta la conservadora Suiza cedió a las tentaciones de las finanzas de alta tecnología y las riquezas que éstas prometían. Hoy, los dos mayores bancos suizos están hundidos en deudas siete veces superiores a la renta del país helvético.
Por supuesto, la madre de todas las ayudas estatales es el absurdo cheque en blanco que el Gobierno estadounidense está concediendo a los gigantes del préstamo hipotecario, Fannie Mae y Freddie Mae, los cuales conservan o garantizan 3,2 billones de euros en hipotecas que parecen cada vez más dudosas. Es verdaderamente irónico que el secretario del Tesoro estadounidense, Hank Paulson, ex presidente de Goldman Sachs, una empresa que ejemplifica el triunfalismo financiero, esté liderando el esfuerzo para salvar a estos mastodontes avalados por el Estado que tan claramente han sobrevivido a su utilidad.
Los avances en el campo de las finanzas posiblemente han contribuido a aumentar y suavizar el crecimiento mundial. Pero hay también un elemento cíclico en el florecimiento de las finanzas. Cuando los precios inmobiliarios se dispararon, los genios de las finanzas hipotecarias parecían infalibles. Ahora que los precios caen, las estrategias de los genios no parecen tan brillantes.
Es una vieja historia. A comienzos de la década de 1980, los ingenieros financieros inventaron un "seguro de cartera", una elaborada estrategia de cobertura activa para controlar el riesgo de pérdida de valor de las acciones. Ganaron montones de dinero. Por desgracia, cuando los mercados bursátiles se hundieron, en octubre de 1987, el seguro resultó inútil, principalmente porque los mercados de cobertura se hundieron.
A finales de la década de 1990, el fondo de cobertura estadounidense Long-Term Capital Management (LTCM) convenció al mundo de que sus socios eran los amos del universo. Durante un tiempo, obtuvo beneficios siempre superiores a la media, supuestamente debido a que tenía unos asesores financieros que habían ganado el Premio Nobel. En 1998, cuando LTCM quebró finalmente, quedó muy claro que lo que la empresa estaba haciendo básicamente eran enormes cantidades de simples operaciones de bonos, con un enorme endeudamiento y un enorme riesgo.
En lo que respecta a los gobiernos, la clave del éxito para regular los mercados financieros radica en mantener unas restricciones razonables durante los momentos de auge para evitar someter a un riesgo excesivo a los fondos de los contribuyentes. Por desgracia, esto es difícil, porque en tiempos de auge quienes advierten de los riesgos parecen pájaros de mal agüero. Por eso es importante que de vez en cuando el Estado permita a las empresas financieras quebrar. Es el único modo de imponer verdadera disciplina a accionistas, propietarios de bonos y directivos empresariales.
¿Ha terminado la actual era dorada del triunfalismo financiero? En muchos países, entre ellos Estados Unidos, se habla de que ha llegado el momento de garantizar que todo el sistema financiero, incluso los fondos de cobertura y los bancos de inversión, sean sometidos a una reglamentación mucho más estricta.
Las empresas financieras han puesto el grito en el cielo, pero no es tan evidente que una reglamentación financiera más amplia y mejor sea algo malo. En nuestra investigación sobre la historia de las crisis financieras internacionales, la profesora Carmen Reinhart y yo llegamos a la conclusión de que las épocas de fuerte reglamentación financiera tienden significativamente a experimentar menos crisis financieras que las épocas de libertad poco reglamentadas, como las relacionadas con el reciente periodo de triunfalismo financiero.
Nadie está insinuando que volvamos a la "represión financiera" de la década de 1950, pero la crisis más reciente ha dejado pocas dudas de que todo el sistema de reglamentación financiera mundial necesita urgentemente una puesta al día. Debería permitirse que florezca la innovación financiera, pero no sin mejorar los frenos y equilibrios. De lo contrario, nos veremos atrapados para siempre en un marco en el que se obliga a los contribuyentes a rescatar a los bancos en épocas de vacas flojas, mientras que los accionistas ricos cosechan enormes beneficios en las épocas de vacas gordas. Es hora de imponer al triunfalismo financiero cierta humildad y sentido común.
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