Líbano recibe como héroes a los liberados
El líder de Hezbolá, Nasralá, aparece por tercera vez en público desde el final de las hostilidades
Orden militar en el pueblo libanés de Naqura, a tres kilómetros de la fronteriza Rosh Hanikra, para recibir a Samir Kuntar y a cuatro milicianos de Hezbolá, que nada más ser entregados por el Ejército israelí se enfundaron los uniformes de la milicia chií. Fueron saludados a las cinco de la tarde como héroes tras desfilar por una alfombra roja.
Al fin y al cabo, los acogían los suyos. Pero más llamativo fue la recepción en el aeropuerto de Beirut. El presidente, Michel Suleiman; el primer ministro, Fuad Siniora, y el líder de los suníes, Saad Hariri, feroces rivales de Hezbolá, besaron a los recién llegados. En los suburbios sureños de la capital, feudo del partido islamista, se desató el júbilo. Incluso se presentó el jefe de Hezbolá, Hasan Nasralá: aparición en público nada habitual para un líder al que Israel tiene colocado en la mirilla.
Hezbolá se siente vencedor y casi nadie les niega el triunfo. Ha forzado a Israel a negociar, y enfrentado al ejército más poderoso de Oriente Próximo, el movimiento comandado por Hasan Nasralá ha logrado sus metas. Para hacer rehenes israelíes llevó a cabo frecuentes ataques en la frontera desde el año 2000. Lo consiguió en julio de 2006 y ahora todos los prisioneros libaneses viven libres en su país. La capacidad de intimidación de las fuerzas armadas israelíes también ha sido afectada.
Samir Kuntar, que ha purgado 29 años en cárceles israelíes por el asesinato de dos adultos y dos niñas israelíes, se caló la gorra de Hezbolá y, junto a los cuatro milicianos aprehendidos durante la guerra de 2006, se auparon a un helicóptero. Sin duda, antes leyeron en una gran pancarta sobre el estrado: "Libertad garantizada por Nasralá, humillación garantizada por Olmert". Ya en el asfalto del aeropuerto beirutí, nadie faltó. Suleiman habló de "héroes liberados".
Muestra de la trascendencia que Hezbolá otorga a la excarcelación de los presos, es la reaparición de su líder, Hasan Nasralá. Sólo tres veces lo ha hecho. La primera, el 22 de septiembre de 2006, para celebrar lo que denominó la "divina victoria" contra Israel. Por segunda vez, durante una celebración religiosa meses después y ayer, durante unos minutos ante decenas de miles de fieles, para declarar: "Estamos en una época de victorias". Besó a los recién regresados y se marchó. Kuntar se dirigió a la multitud para remachar: "Se terminó la época de las derrotas".
Conmoción en la sociedad israelí
Observó en televisión el féretro de su hijo y con la certeza absoluta de que Ehud Goldwasser está muerto, Shlomo admitió que no le sorprendía. Con dolor para siempre, ya podrá descansar. No quiero ver a mi hijo, prefiero recordarle como era, afirmó.
A las puertas de su casa, en la norteña Nahariya, y de la vivienda en Kiryat Motzkin de Eldad Regev, la segunda víctima del ataque de Hezbolá hace dos años, varias personas chillaban y clamaban venganza: Nasralá, pagarás. La actitud de Shlomo fue muy diferente. Preguntado por las celebraciones en Líbano, Goldwasser contestó: No comprendo cómo pueden celebrarlo después de que murieran tantos libaneses, muchos de ellos civiles, y después de que se destruyeran tantos pueblos y la economía del país.
Es una reacción plena de sensatez. Pero también refleja un punto de incomprensión sobre la realidad padecida en el sur de Líbano durante 22 años de ocupación (1978-2000). Y sobre la miserable existencia de 400.000 refugiados palestinos, expulsados de sus casas y sus tierras cuando se fundó el Estado de Israel, en 1948. La desesperación, la vida cotidiana miserable sólo hay que pasear unos minutos por los campos de Ain el Helwe, cerca de Sidón, o de Chatila, en Beirut llevan al radicalismo y al desprecio por la vida.
Sucede hoy lo contrario de lo que acaeció hace 60 años. Entonces, los judíos lucharon a muerte para fundar su Estado; cometieron atrocidades contra los palestinos; los jóvenes se jugaban la vida. Muchos habían huido del peor de los horrores: el Holocausto. Ahora, la muerte de un solo soldado israelí o su desaparición provoca conmoción en una sociedad próspera. Y los palestinos, que en 1948 desistieron de combatir a muerte, se muestran dispuestos al sacrificio. Los papeles han cambiado.
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