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Las camas vuelven a los pasillos de las urgencias de La Paz

Elena G. Sevillano

"Ya llevo dos noches durmiendo aquí", dice Daniel Ripalda, pintor de 27 años, mientras se echa mano a la pierna, que luce una escayola reciente. El "aquí" responde a las urgencias del hospital La Paz y, para ser más concretos, a un pasillo de la urgencia de traumatología. Justo en el paso de camino al quirófano. La culpa de sus males la tiene una despedida de soltero con vaquillas incluidas - "una me pilló la pierna y me la partió"- en Algete. Tiene el tobillo roto y habrá que operar. Entró en urgencias el sábado a la una de la madrugada y ayer a las dos de la tarde seguía allí. "¿Qué cómo lo he llevado? Regular. No se puede dormir. Está pasando gente todo el rato y hay mucho ruido".

A su lado está Ángel Monterroso, de 32 años. Él sólo lleva una noche, pero ya está agotado. Un accidente de moto, el domingo por la mañana, le ha dejado con collarín, un hueso roto en el hombro y las costillas magulladas. Como ellos, a las dos de la tarde de ayer había tres pacientes más en los pasillos de traumatología y otras 10 personas en los pasillos de las urgencias. La situación, denuncia UGT, lleva así desde primeros de mes, cuando La Paz cerró 290 camas por las vacaciones estivales.El hospital de La Paz, con 1.328 camas, es el que más cierra durante la primera quincena de julio, según datos recogidos por UGT a partir de los que las gerencias proporcionan a los representantes sindicales y en los que falta otro gran hospital, el Gregorio Marañón. El año pasado, La Paz cerró en el mismo periodo 110 camas, casi un tercio menos que ahora. Y ya entonces hubo problemas: camas en los pasillos y en las consultas, como publicó este periódico el 3 de julio.

En una consulta de urgencias de traumatología estaba ayer Carmen, de 91 años y con una fisura en la cadera, acompañada de su hija Susana. "No es para quejarse; esto es la sala vip", decía Susana mientras señalaba las camas del pasillo. Al menos ellas tenían luz natural y hasta plantas en el alféizar. Eso sí, del trasiego de personal y de los ruidos -llamadas al teléfono del despacho- no se libraron.

A Daniel, el de la vaquilla, lo subieron a planta ayer a media tarde. "Esto es otra cosa", decía desde su habitación. Ángel, el del accidente de moto, seguía en el pasillo a las diez de la noche. Le estaban haciendo un TAC porque le dolía la cabeza.

"Le va a tocar dormir aquí otra vez", se quejaba Susana, que no entendía por qué les llamaron el domingo para trasladarle al nuevo hospital Infanta Sofía y luego les dijeron que no, que tenía que quedarse en La Paz. "Esto es tercermundista", resumía. Una portavoz de La Paz aseguró ayer que "no hay falta de camas" y que la saturación de ayer se debía a que, "como todos los lunes, por la mañana hay más afluencia de pacientes".

"No tiene nada que ver"

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El hasta ahora gerente del hospital de Móstoles, Juan José Fernández, dejó ayer su cargo de forma "voluntaria", según confirmó una portavoz del centro. "Ha recibido una oferta profesional de la privada", ofreció como explicación. Fernández ha destituido en las últimas tres semanas a tres profesionales del centro.

El primero, el supervisor de rayos, Javier Otero, sólo dos días después de que, el 25 de junio, unos 150 trabajadores del centro abuchearan al consejero de Sanidad, Juan José Güemes. "Me dijeron que se me relacionaba con la protesta", contó Otero a este periódico. La semana pasada, Fernández destituyó a Julio Dávila, jefe del servicio de radiología, y a Felicidad Recio, jefa de informática. "No tiene nada que ver", aseguró un portavoz de la Consejería de Sanidad.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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