Equilibrios al borde del precipicio
Es un clásico de la política catalana de los últimos 25 años que los éxitos de la Convergència Democràtica (CDC) de Jordi Pujol desde 1980 se basaron en su capacidad para conectar con las franjas moderadas de la sociedad catalana. Moderadas en política social y económica, y moderadas también en política nacional, sea cual sea el contenido que se le quiera dar a la palabra nacional cuando habla un catalanista.
El genio de Pujol consistió en definir, bastante antes de fundar su partido, en la década de 1960, lo que denominó como "espacio central" de la sociedad catalana y, luego, en la década de 1980, acertar a representarlo políticamente.
El desarrollo del XV congreso de Convergència indica, sin embargo, que los sucesores de Pujol parecen ignorar que este espacio central al que su líder puso voz no es solamente el espacio del nacionalismo catalán. Es otra cosa, en la que cabe algo de nacionalismo, o mucho, quizá, pero es otra cosa. La disputa de unos miles de votos con Esquerra Republicana les está llevando a confundir la pugna por la hegemonía en este espacio central de la sociedad catalana con el combate por la hegemonía en el campo del nacionalismo.
Los promotores de esta deriva abandonan, paradójicamente, una de las más elogiadas virtudes de Pujol: la hábil utilización de la polisemia a la hora de manejar ciertas palabras. Expresiones como plenitud nacional, no renuncia al derecho de autodeterminación, etcétera, pueden significar cosas distintas según el contenido que cada elector quiera darle. Pujol utilizó a fondo este recurso, con notable éxito y paralela desesperación de sus adversarios políticos.
Esta ambivalencia ha sido criticada tanto desde el independentismo como desde el nacionalismo españolista, pero ha sido una de las condiciones de sus éxitos pasados. Ahora, cuando busca el camino para salir del desierto en que se halla, Convergència prescinde de ella, con lo que viene a dar la razón retrospectivamente a quienes siempre han sostenido que la ambigüedad sólo es ocultación de los verdaderos fines. Para unos, la indefinición convierte al nacionalismo pujolista en mero regionalismo. Para otros, es un intento de disimular que todo nacionalista es en realidad un independentista, aunque no lo reconozca o no lo explicite.
Lo aprobado en el congreso apunta al fin de la indefinición. Puede que no sea un paso decisivo, sino sólo un riesgo que se corre porque, al fin y al cabo, Convergència es ahora mismo un partido en la oposición, alejado de toda responsabilidad de gobierno, tanto en Barcelona como en Madrid. Puede que en la intención de la cúpula convergente se trate sólo de un guiño para acercarse a Esquerra Republicana, sea para disputarle unos votos, sea para allanar el camino a eventuales alianzas en el futuro.
El socialista Pasqual Maragall se acercó a Esquerra en 1999 asumiendo la conveniencia de proponer la reforma del Estatuto de autonomía. Artur Mas puede estar pensando ahora una jugada del mismo tipo. La diferencia está en que no es lo mismo reformar estatutos de autonomía que agitar el derecho a decidir como sinónimo de referéndum de autodeterminación. La polisemia de antaño está siendo sustituida por equilibrios en el margen mismo donde termina el espacio central que señoreó Pujol y comienza el precipicio, la renuncia a la moderación y a la vocación de mayoritaria.
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