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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Vacaciones con los Houyhnhnms

Manuel Rodríguez Rivero

Después de "dieciséis años y siete meses y pico" viajando por extraños mundos que están en este, el cirujano Lemuel Gulliver regresa a casa completamente transformado. Salió de su patria -la próspera Inglaterra de finales de la Restauración- impulsado, como pocos años antes su compatriota Robinson Crusoe, por un desmedido afán de aventuras suscitado o, al menos, avivado, por la lectura de libros de viajes a lugares exóticos, un fecundo género literario cuya popularidad entre las clases instruidas no había dejado de crecer desde las primeras crónicas que describían las maravillas reales o imaginarias del Nuevo Mundo.

Gulliver regresa a su patria y a su familia después de conocer a gentes y lugares muy distintos y con una experiencia que no duda en convertir en pedagogía muy Siglo de las Luces: "El objetivo principal de un viajero debería ser hacer a la humanidad más sabia y mejor, y perfeccionar su espíritu con los buenos y malos ejemplos que ha descubierto en países extranjeros". Los diminutos súbditos de Lilliput, los gigantes de Brobdingnag, los atrabiliarios ciudadanos de Laputa o Blubbdubdrib, le han enseñado -como a Montaigne los caníbales de América- que las costumbres, la moral y las formas de convivencia distan de ser absolutos dictados por alguna autoridad hiperbórea y superior a quienes las practican, las disfrutan o las padecen.

Viajar -incluso en esta época en la que la diversidad a menudo se diluye en exotismo de diseño- permite distanciarnos de nuestros prejuicios

Pero lo que más ha cambiado a Gulliver, hasta el punto de transmutar la natural nostalgia de su tierra en espantoso temor al regreso, es su prolongada estancia, durante su último gran viaje, en el país de los Houyhnhnms, un gentilicio que significa "perfección de la naturaleza". Los ciudadanos de esa nación tienen aspecto de caballos, pero están dotados de un sentido de la justicia, de la verdad, de la belleza y del bien común como ningún otro habitante de este mundo. La razón preside sus felices existencias y en ella se basan para gobernar sobre los repugnantes, cretinos y miserables Yahoos, tan semejantes a los seres humanos que el propio Gulliver es considerado uno de ellos. Los Houyhnhnms han logrado una sociedad estable y tranquila en la que no hay lugar para la mentira: de hecho en su lengua perfecta no existe tal palabra, teniendo que ser sustituida por la circunlocución "decir lo que no es".

Después de convivir con ellos y de experimentar lo que podríamos considerar un clarísimo síndrome de Estocolmo avant la lettre, cómo no va a sentir Gulliver una aversión misantrópica ante sus compatriotas y, más en general, ante su propia especie. Tras tanto tiempo lejos de casa, su reencuentro con la familia no puede ser más perturbador: "Tan pronto como entré en mi hogar, mi mujer me abrazó y besó. Al no estar acostumbrado al contacto de animal tan repugnante durante tantos años, caí desvanecido durante casi una hora". Sólo un lustro después de su regreso comienza a serle tolerable el olor de su esposa y de sus hijos. Y, para consolarse con el recuerdo de sus días en aquel mundo feliz, pasa todo el tiempo posible en los establos, hablando con sus caballos, tan nobles y semejantes a los Houyhnhnms, pero mudos.

Tal como nos descubre la siempre contemporánea sátira de Jonathan Swift, viajar -incluso en esta época globalizada en la que, a menudo, la diversidad se diluye en exotismo de diseño- permite distanciarnos de nuestros prejuicios y examinar con comprensión los de los otros. Claro que ya no hay Houyhnhnms, y la quiebra de los grandes relatos y de sus modelos "realmente existentes" nos han revelado que nunca existieron países de "radiante porvenir" de los que extraer normas para la perfecta convivencia. Quizás por eso el único malestar que encontramos al volver a casa, tras la experiencia del viaje, es el de la vuelta a la rutina y al trabajo, que es lo que nos hermana en nuestra torpe condición de Yahoos. Hasta entonces, disfrutemos de las vacaciones.

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