Vacaciones musicales en el mar
La Orquesta Filarmónica de Viena anima un insólito crucero por el Mediterráneo
El Aida Diva navega con todos los adelantos y las comodidades, como diría un folleto turístico. Cuenta con piscinas, jacuzzis y bares en cubierta donde sirven cócteles tropicales. En los restaurantes puede degustarse todo lo que uno es capaz de imaginar entre el sushi, las enchiladas y la paella. Hay gimnasio con medidores de pulsaciones o calorías y spa con árboles de diversas especies; fiestas nocturnas y tiendas libres de impuestos. Pero el Aida Diva, un barco ultramoderno botado en Alemania hace dos años, lleva algo más a bordo. Un extra único, especial. Por los poros de su hilo musical no sale el empalagoso saxofón de Kenny G, ni las soporíferas melodías de Richard Clayderman. Por sus altavoces suena la música que interpretan en vivo los maestros de una de las más prestigiosas orquestas del mundo: la Filarmónica de Viena.
Los japoneses estaban fascinados por el "exotismo" de los valses
La experiencia es un lujo que cuesta entre 2.500 y 8.000 euros por cabina
Los maestros austriacos se han prestado, junto al director Zubin Mehta y al joven pianista Lang Lang, a una experiencia que están seguros de repetir: un crucero por el Mediterráneo que han amenizado con un buen puñado de conciertos a bordo y en varios teatros de algunas de las ciudades donde hacían escala, como el Comunale de Florencia o el Auditori de Barcelona.
Allí, como en Cannes, Roma, Malta o Sicilia, la música de Strauss, Haydn o Beethoven se fundía con el mar y el aire cálido del verano mediterráneo. Lejos de Centroeuropa, pero tan cerca del cielo. Los viajeros eran entusiastas. El pasaje se componía de un mosaico con 40 nacionalidades entre los que uno podía encontrar japoneses en quimono fascinados por lo que para ellos es el "exotismo" de los valses, coreanos amantes de la Europa imperial, chinos entusiastas del ídolo Lang Lang o españoles nostálgicos de Sergiu Celebidache que acudieron bajo la organización de Música Juntos. Pero, sobre todo, austriacos y alemanes desahogados económicamente que se podían permitir el lujo de pagar entre 2.500 y 8.000 euros por cabina.
Algo está cambiando rápidamente en la música clásica. La crisis de nuevos públicos obliga a espabilar. Cuando Simon Rattle, director de otra orquesta inmensa, la Filarmónica de Berlín, asegura que los líderes de la música clásica deben hacer apostolado y salir de los teatros en busca de nueva gente, lleva razón. La combinación de un acontecimiento cultural, como puede ser cualquier concierto de la Filarmónica de Viena, con el turismo a gran escala se convierte en una salida curiosa a la caza del amante de la música potencial.
A algunos les extraña la triquiñuela. Pero esta orquesta, creada en Viena en 1842 por Otto Nicolai, parece la más indicada para una experiencia así. El Concierto de Año Nuevo -otro gran acontecimiento turístico- hace de ella la más popular en todo el mundo. Se retransmite a cientos de países. "Es un imán", asegura Michael Springer, el empresario de viajes austriaco a quien se le ocurrió que sería una buena idea involucrar a una de las mejores orquestas del mundo en un crucero temático. "Antes, nuestros clientes eran austriacos y alemanes; ahora vienen de todo el mundo".
Turismo global atraído por el señuelo de la música universal. Curiosa mezcla. Explosiva, pero también exclusiva. En su cabeza bullen otros proyectos. Uno con cantantes de ópera de primera línea -"no puedo confirmar todavía los nombres", se excusa Springer- entre Nueva York y Puerto Rico para 2010 y otro más con la Filarmónica de Viena, a cuyos músicos han permitido traerse a bordo a sus familias.
Los maestros, encantados de repetir. Mientras quede asegurada la calidad, todo vale. Lo discutieron mucho entre ellos antes de lanzarse a la aventura, pero finalmente se decidieron a hacerlo en asamblea, la manera que tienen de aprobar las cosas estos músicos. No cuentan con director titular desde que así lo decidieron en 1933. Su funcionamiento es plenamente democrático, aunque vayan acomodándose a los tiempos con más lentitud que otras formaciones de su prestigio. Por ejemplo, no han contado con mujeres de pleno derecho hasta 1997, cuando la arpista Anna Lelkes fue aceptada.
"Hubo un gran debate para ver si hacíamos el crucero y al final nos decidimos por ello", comenta Clemens Hellsberg, actual presidente de la Filarmónica. "Nuestra exigencia era muy simple: tocar la mejor música en las mejores condiciones posibles", añade. Lo hicieron en los grandes teatros del itinerario, pero también en mitad del barco, donde realizaron un ensayo memorable y dieron varias sesiones de cámara. Algo que al crítico japonés, Takeshi Nakano, autor de un libro sobre la orquesta que ha vendido 50.000 ejemplares en su país, le hizo sentenciar en mitad de la travesía: "Realmente no se parece a ninguna otra orquesta".
De la experiencia en el barco, a los músicos les atraía salir de su nube: "Queríamos disfrutar de la posibilidad de estar en contacto con el público", comenta Hellsberg. Y eso lo han bordado, porque subían en bermudas con sus instrumentos a fotografiarse con sus admiradores. Departían entre comida y comida con los melómanos de toda condición y se bañaban a pleno sol.
Ese contacto lo aprovecharon todos. Aunque algunos, como Eckhard Seifert, lo disfrutaban más que otros. Posó con su Stradivarius de dos millones de euros -cedido por una fundación- junto a todo aquel que se lo pidió. Lo enseñaba y contaba sus filigranas: "Este instrumento, de alguna forma, ha cambiado mi forma de tocar", decía. O el veterano clarinetista Peter Schmidl, en la Filarmónica desde 1965: "Esto ha sido una experiencia para nosotros y para el público. No sabíamos muy bien a qué veníamos ni qué nos encontraríamos, pero ha funcionado", dice con su camiseta marinera, acoplado perfectamente a ese escenario más propio de vacaciones en el mar que de otra cosa.
El efecto sorpresa lo ratifica Clemens Hellsberg. "¿Cómo íbamos a saber la forma en que reaccionaría el público si no teníamos idea de lo que nos ocurriría a nosotros. Por ejemplo, es la primera vez que yo me he subido a un barco en mi vida", confiesa el músico, portavoz oficial de la orquesta. "No sabía siquiera si me iba a marear".
Todas esas dudas han influido en la elección del repertorio. Demasiado fácil. Excesivamente light para algunos. Hellsberg admite la crítica. "Tampoco sabíamos qué tipo de público encontraríamos. No nos podíamos arriesgar mucho, algo que sí haremos si repetimos la experiencia", anuncia. "Aunque nunca está de más escuchar la Quinta de Beethoven o la Sinfonía inacabada, de Schubert". Menos si lo hacen ellos. Como tampoco sobran los dos conciertos para piano y orquesta a manos de Lang Lang, el joven talento más prometedor del instrumento rey.
Tampoco producía malas sensaciones entrar por la pacífica Costa Azul francesa, entre sus fortalezas, sus yates de quitar el aliento y la vista de la mítica Croissette de Cannes a expensas de los sonidos vieneses que traían los Strauss padre e hijo, un vals de Dvorak interpretado por Die Wiener Ensamble, uno de los grupos de cámara que actuó o al ritmo de los tangos de Mariano Mores que se marcaba el Philarmonia Cello Ensamble... "El sonido no es el ideal", según Tamás Varga, violonchelista, "pero es una buena forma de hacer que la gente lo pase bien", asegura. "No es más que eso, no le busquemos otras explicaciones, esto es una forma más de entretenimiento".
Nada de aspirar con este tipo de cosas a excelsos alimentos espirituales. Diversión es la palabra. Para verdadero alimento, lo que los cerca de 2.000 pasajeros fueron consumiendo en los 10 días de la travesía: 10 toneladas de carne, 2,7 de pescado, 11 de verduras, 9 de fruta con predominio de la piña (2.400 kilos), unas 2.300 langostas y 34.000 huevos. Eso y más fue el condimento para que el equipo de cocina preparara 174 entradas, 69 tipos de sopa y 565 platos principales.
Todo ese festival musical y gastronómico iba comandado desde el puente por el capitán Lutz Leitzsch, un auténtico lobo de mar que lleva desde 1968 navegando. Lo cuenta mientras recorremos a 14,6 nudos la Costa Brava antes de atracar en Barcelona, donde el amarre del barco cuesta 60.000 dólares al día. Buen precio para un parking. El puente de mando parece una nave de ciencia ficción. Todo informatizado. Un templo de los videojuegos o de un mundo virtual con vistas al mar. Pero eso no quita para que al visitante le invada la sensación de que, apoyándose en el sitio equivocado, puede hundir el barco.
Los oficiales caminan con sigilo y la mayor parte del tiempo vigilan el horizonte. Tripular una nave así les obliga a permanecer en constante alerta: "Este barco se botó en el muelle Meyer Werft, en la ciudad de Papenburg", comenta el capitán. Allí se construyó con sus 69.203 toneladas en 252 metros de largo con capacidad para 3.100 personas, entre tripulación y pasajeros. Responsabilizarse de un monstruo así en mitad del agua exige solvencia. "Cada nuevo barco es un nuevo aprendizaje. Todos incorporan adelantos que cuestan al menos dos semanas de nueva práctica", comenta el capitán.
En el puente domina el orden. Pero al tiempo, el teatro va abarrotándose para un evento multitudinario. Poco antes de llegar a Barcelona, la orquesta y Zubin Mehta se preparan para un baño de masas al que se tiran en chapuzón. Clemens Hellsberg da una charla en el escenario con las gradas abarrotadas sobre la historia de la Filarmónica, la misma que ha estrenado sinfonías de Brahms o Bruckner y que fue dirigida por Mahler entre 1898 y 1901.
Después, el delirio con contacto directo. La batuta de Zubin Mehta se subasta. La sesión es tensa como un buen partido de tenis y el palo acaba en manos de Elfi Blank, una dama de Salzburgo que paga 8.300 euros por el fetiche. "Y habría pagado más...", confiesa una vez terminada la puja. Tiene dinero y busca cosas así para donarlas a causas como SOS Children. Está jubilada y en el pasado se dedicaba "al negocio de las aerolíneas". De Mehta le gusta su sonrisa. "Alguien que ríe así y ofrece amor a los músicos es perfecto".
El maestro, mientras, aguanta bien el tirón de una multitudinaria firma de autógrafos, pero se ha retirado casi una hora después un tanto agobiado. Con la sonrisa borrada, vamos. La recupera para la actuación de Barcelona. Después de hacer el Concierto para piano y orquesta número dos, de Chopin y la Quinta, de Beethoven se presenta casi exhausto en el camerino del Auditori. Mehta sabe cómo definir ese sonido vienés: "Es como el mejor cuarteto que puedas imaginar pero multiplicado", asegura completamente agotado. Le ha gustado la experiencia. "Me he divertido mucho y ha sido agradable", dice. "Pero...", hace una pausa para un suspiro, "ya les he dicho que el próximo lo hagan con otro director".
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