'Delicatessen' del horror
Aviso para navegantes. Olvídense de las novedades, libertades, cambios y supresiones que acompañan tradicionalmente al término remake si deciden acercarse a esta aterradora película. Descubrirán que es exactamente igual, que ocurren las mismas cosas, que la planificación y los diálogos son clónicos de la primitiva Funny games, esa barbaridad que parió en 1997 el retorcido y temible director austriaco Michael Haneke. Ignoro si la repetición plano a plano que ha hecho de su diabólica criatura 10 años después en el cine estadounidense obedece exclusivamente a golosas e inapelables razones crematísticas, a no permitir que los extraños deformen o manipulen su prestigioso material original, a su certidumbre de que los clásicos deben ser intocables, a que a su creatividad no se le ocurría nada insólito que añadir o retocar en la antigua historia, o a algo tan simple como que le ha dado la gana de hacerlo.
FUNNY GAMES
Dirección: Michael Haneke.
Intérpretes: Naomi Watts, Tim Roth, Michael Pitt, Brady Corbet.
Género: drama. EE UU, 2007.
Duración: 111 minutos.
Es exactamente igual, y ocurren las mismas cosas que en la primitiva
No puedo olvidarme de la película, pero el mal rollo supera a la hipnosis
Si ese espectador virginal no dispone de datos y referencias cinéfilas, descubrirá con estupefacción que ya ha visto la misma película. Con la diferencia de que los intérpretes no son los mismos y que en la primera se expresaban en alemán y ahora lo hacen en inglés, suponiendo que al espectador le provoque justificada grima el cine doblado. Eso implica en mi caso que retorno a una experiencia tan hipnótica como indeseable, que se me va a incrustar en la retina y en el oído, que no sé si me gusta o me da asco, que admiro el talento de Haneke al crear una atmósfera siniestra, sensación de amenaza y de progresivo espanto, imágenes y sonidos muy poderosos, pero también la seguridad de que estoy asistiendo a un espectáculo perverso, a la pornografía de la violencia (pero inteligentemente está retratada en off, aunque la cámara se desplace a otro lado cuando se está perpetrando la masacre y la tortura física, elipsis que logra romperte los nervios con más eficacia que la exposición gráfica), a un complacido ejercicio de sadismo.
Y ya sé que el repugnante tema puede sugerir lecturas metafóricas sobre el mal, simbología de la helada e impune crueldad que ejerce el poder absoluto, floridas coartadas ideológicas. El cine de Haneke, tan intelectual, tan comprometido, tan crítico, es de una espesura tediosa: me refiero a Código desconocido y El tiempo del lobo. Pero cuando se centra en el sadomasoquismo (La pianista), el sentido de culpa aderezado con autodegollamiento (Caché) o la tortura lenta y la planificación y devastación del prójimo (Funny games) puede perturbar y agredir al mirón más frío. De lo cual deduzco que a este señor tan listo le va ese tipo de marcha. Conoce los mecanismos para que te salpique la degradación y la brutalidad que te muestra la pantalla, para contagiarte el tono enfermizo de esas interminables pesadillas. Lo que no tengo claro es si ese mundo responde al cálculo, si el creador siente orgasmos con su universo de tarados, con esos pulcros sociópatas de guantes blancos que disfrutan tanto. A Haneke le gusta rizar el rizo, provocar al espectador. Me pone enfermo que, como en el teatro experimental, los matarifes nos pregunten a los espectadores si estamos complacidos con la catarata de violencia que estamos padeciendo. O que rebobinen en vídeo el espanto. No puedo olvidarme de esta película, pero el mal rollo supera a la hipnosis.
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