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Reportaje:

Soñar y estar despierto a la vez

En tiempo de crisis la alta costura de París se debate entre pragmatismo y fantasía

Eugenia de la Torriente

¿La alta costura debe escapar o mirar a la realidad? Es el debate que ha marcado los desfiles de los dos últimos días en París. Enfrentar y resolver las necesidades y cambios del tiempo en que vive o, por el contrario, ser un escenario para sueño y fantasía. En el equipo que defiende una alta costura moderna y más funcional están Karl Lagerfeld y Riccardo Tisci. El último de la generación de modistas que se formaron en la era dorada y el más joven creador de los grandes calendarios. Les separan más de 40 años y ciertamente pertenecen todavía a ligas distintas, pero ambos defendieron el martes que se puede soñar y estar despierto a la vez.

El martes por la mañana, Karl Lagerfeld repitió en Chanel la puesta en escena de la temporada anterior. En el centro del Gran Palais, donde antes colocó una chaqueta gigante, instaló tubos plateados de 20 metros. La inspiración se puede decir más clara, pero no más alta. El diseñador alemán se enamoró de las formas del órgano durante un concierto, envió fotos a los talleres y éstos le devolvieron innumerables variaciones de bordados y plisados que podían remitir a ellas. A partir de ahí, Lagerfeld construyó su propia fuga: una colección sobria, de una belleza fría y a ratos solemne, pero resueltamente moderna y casi futurista. En grises, tierras y en negro, con una sola concesión al rosa, los canutillos caían en cascada en los vestidos de noche y se ordenaban en cartesianas columnas en la cintura de los abrigos de cóctel. Vocación geométrica puntuada por los marcos que, de tanto en tanto, rodeaban la cara de las modelos. Ni siquiera en los bordados se permitió caprichos románticos: un vestido de tweed con abrigo a juego estaba surcado de diminutos canalones metálicos. Un bordado contemporáneo no por ello menos elaborado: 11 personas trabajaron en él durante siete días. La imagen de una concha en la arena (que fue su inspiración para el mucho más juvenil verano) frente a la de un órgano en una iglesia ilustra el viaje de Chanel en estos seis meses.

Lagerfeld construyó una colección de una belleza fría y a ratos solemne
Pese al exceso propio de Gaultier, cabe calificar de sobria su propuesta

Observando a las invitadas del desfile de Givenchy, por la tarde, se comprendía cuánto ha conseguido Riccardo Tisci en sus tres años en la casa. Las mujeres Givenchy, con su peculiar uniforme de gladiadoras góticas, son una armada perfectamente reconocible que difunde el mensaje más allá de los muros del sistema. Gracias a ellas, alcanza a los que jamás podrían deletrear el nombre de su mesías. Nunca ha sido un favorito de los críticos, pero sí de las clientas y ha encontrado su propio lenguaje en la moda y en la alta costura. En esta ocasión, la imaginación del diseñador italiano de 33 años viajó al Machu Picchu, pero da igual cuán exótico sea el punto de partida: tras pasar por sus manos todo rezuma la misma sexualidad para urbanitas que le ha generado inquebrantables lealtades. La suya es una costura que no pide disculpas por su juventud. Pantalones con chaquetas de cuero y alpaca, anoraks que se convierten en vestidos de noche y, como cierre, donde otros siguen poniendo a la tradicional novia, un vestido de encaje negro absolutamente transparente bajo una enorme cazadora negra.

En el bando opuesto a ambos, se coloca la colección de Christian Lacroix. El martes al mediodía, en el centro Georges Pompidou, exhibió una recopilación de algunas de sus filias favoritas. Lo llamó bestiario no identificado, pero en realidad era fácil distinguir las especies que poblaban su fértil jardín: insectos, Velázquez, el historicismo y una irrefrenable pasión por lo excesivo. Hubo piezas sensacionales, pero en conjunto no fue una colección memorable: había algo apresurado y caótico en ella. Eso sí, desde el pelo de indio mohawk trenzado con encajes, hasta un vestido de novia propio de María Antonieta, era una apología de la creación hipnótica e ilusionista.

Un pie en cada lado tiene Jean Paul Gaultier. Considerando la locuacidad del discurso habitual del creador francés, la colección de otoño que ayer mostró habría de calificarla de comedida. Mucho más centrada, desde luego, que las delirantes sirenas que presentó seis meses atrás. Pero es difícil utilizar ese término para describir una sucesión de mujeres que son a la vez el pájaro y su jaula. Un sugerente punto de partida que, en la primera parte, se diluyó al utilizarlo en corpiños y armaduras que encerraban convencionales trajes sastre y amazonas hípicas demasiado parecidas a las que él mismo construye para Hermès.

En la segunda, se transformó en capas y boleros que rodeaban un estallido de plumas y colores flúor. El eléctrico final, cuando un rayo láser verde dibujó la silueta de la modelo Coco Rocha y sonó la canción The girls, de Calvin Harris, cuando las palmas del público acompañaron el paseo de una descarada novia, sirvió para puntualizar un aspecto fundamental del debate. Será pragmática o escapista, pero la alta costura no puede permitirse perder la capacidad de generar emoción.

Un modelo de Karl Lagerfeld para Chanel (izquierda) del desfile del martes, y otro de Jean Paul Gaultier.
Un modelo de Karl Lagerfeld para Chanel (izquierda) del desfile del martes, y otro de Jean Paul Gaultier.AP

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