"¿Qué clase de peinado es ése?"
Irán intensifica su lucha contra la apariencia occidental y la ropa ajustada
Nada más ver acercarse el coche de la policía, Siavosh y Sohrab supieron que iban a por ellos. No es que los dos jóvenes universitarios hubieran cometido delito alguno, pero ambos lucían una cresta engominada y en Irán eso es suficiente para tener problemas con las autoridades. La policía lanzó la semana pasada una nueva fase de su campaña contra "la corrupción social". En esta ocasión, los vigilantes de la moral quieren dar una lección no sólo a los chicos con "peinados occidentales" y a las mujeres "mal veladas", sino a sus peluquerías y tiendas de ropa.
"Sohrab venía de cortarse el pelo y nos dirigíamos a hacer unas compras", recuerda Siavosh, que ya no lleva gomina. "El agente nos preguntó '¿qué clase de apariencia es ésa?' y yo le contesté que cuál era el problema y a quién hacía daño. Eso le molestó y nos dijo: 'Venid conmigo que os lo voy explicar". Ninguno de los dos había oído hablar de la nueva campaña y, aunque acostumbrados a los controles aleatorios, el celo policial les pilló por sorpresa.
La gente que viste "ropa inapropiada" o quienes se la venden violan la ley
"No me identifico con esos sacos sin forma que nos imponen", se queja una joven
Siguieron al agente a la furgoneta del Ministerio de Orientación Islámica, donde pese a sus 23 años, un oficial les echó un rapapolvo por su aspecto y les pidió que entraran en el vehículo vacío hasta que se llenara para ir a comisaría. Al darse cuenta de que la cosa iba en serio, Siavosh llamó a un amigo coronel de su padre y en 45 minutos estaban libres.
Pero no todo el mundo tiene los contactos adecuados. Ese mismo día, el portavoz policial, el coronel Mehdi Ahmadi, anunció que en las primeras 48 horas de campaña habían cerrado 32 tiendas de moda y peluquerías en Teherán. Su delito: vender ropa o hacer cortes de pelo "demasiado occidentales". También dijo que sus patrullas habían "detenido a 21 conductoras porque llevaban ropa poco convencional".
Tras la revolución islámica de 1979, las autoridades impusieron que todas las mujeres se taparan el cuerpo de la cabeza a los pies, con un manto (chador) y una bata larga, el ropuch. También desincentivan que los hombres usen corbatas, camisetas, camisas de manga corta o pantalones ajustados. El control se relajó durante la presidencia del reformista Mohamed Jatamí (1997-2005), pero con la llegada del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad se organizan redadas periódicas para recordar las normas, en especial en verano cuando el calor predispone a aligerar la ropa.
Lo novedoso en esta ocasión es que los agentes de la moral tratan de averiguar dónde se han cortado el pelo los chicos. O, en el caso de las chicas, dónde han comprado esas batas cada vez más cortas, estrechas y ligeras, pero recatadas para los usos occidentales. "La gente que se viste con ropa inapropiada o quienes se la venden, ya saben que están violando la ley", ha justificado Nader Sarkani, un funcionario policial citado por la agencia Irna.
B., el propietario de una peluquería del este de Teherán, no está tan seguro. Su local ha sido cerrado tres veces en el último año durante 15 días a pesar de que él asegura no hacer cortes prohibidos. "El estilo apropiado para los jóvenes significa que el pelo no se despegue de la cabeza", explica este hombre que ahora recibe la visita de la policía casi a diario.
"Si tanto les preocupa la corrupción en la sociedad, ¿por qué no ponen coto al tráfico de influencias o de drogas?", se pregunta Asié Amini, una destacada activista de los derechos humanos. En su opinión, la policía sólo está protegiendo a las autoridades y el asunto del hiyab (el velo islámico) no es religioso sino político: "El Gobierno quiere asustar a la gente, en especial en este momento en el que está sometido a una gran presión internacional y no desea ser percibido como débil".
Pero con un 60% de la población menor de 30 años, suprimir el deseo de singularizarse de toda una generación puede resultar complicado. A diferencia de Siavosh, Sajede, una fotógrafa de 24 años, sí que estaba al tanto de la campaña. Así que cuando el miércoles por la noche, de regreso a su casa cerca de la plaza de Vali Asr, un policía se acercó para decirle que su ropuch era muy corto, le dijo que no se lo volvería a poner y sin darle opción se escapó por una calle lateral.
"Ya me detuvieron en septiembre porque llevaba una bata demasiado corta para su gusto y no estaba dispuesta a repetir la experiencia", justifica antes de relatar el calvario de sus cinco horas en la comisaría contra la corrupción social, en la calle Vozara, donde las chicas detenidas por llevar ropa demasiado ajustada esperan junto a prostitutas y drogadictos. "La mayoría lloraba desconsoladamente", recuerda Sajede.
Y no es para menos. La primera visita a la comisaría se salda con la firma de una declaración en la que las infractoras prometen respetar la ley. Una nueva detención conlleva una multa, pero la tercera acaba ante los tribunales que suelen castigar su rebeldía con un número variable de latigazos. Sin embargo, tras dos meses de batas largas e informes, Sajede volvió a modelos más estilizados: "La ropa refleja mi personalidad y, aunque debo respetar las normas, no me identifico con esos sacos sin forma que quiere imponernos este Gobierno".
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