Viva Diodoro
1
No quisiera parecer presuntuoso (porque lo soy), pero a mí esto de la guerra de los fogones no me ha extrañado nada; mejor dicho: lo único que me ha extrañado es que no hubiera estallado antes. Veamos. Ferran Adrià, un charneguillo de l'Hospitalet de Llobregat que habla castellano con acento catalán y catalán con acento castellano, monta un garito, empieza a hacer experimentos raros y en un abrir y cerrar de ojos es reconocido unánime y repetidamente como el mejor cocinero del mundo, nos cambia a todos la forma de comer, es aclamado por las ferias de arte como un artista de vanguardia y en consecuencia se forra. ¿Nadie tiene nada que decir? Nunca he comido en El Bulli, pero hasta ahora lo máximo que había oído susurrar a sus detractores es que si lo hacías tenías que llevarte de casa un bocadillo de chorizo, para comértelo a la salida. ¿No hay nadie que dé más? ¿Y los colegas? ¿Están dispuestos los colegas de Adrià a tolerar así como así una humillación semejante? Es una ley universal: a un colega con éxito no se le da ni agua; con los colegas no hay piedad; con los colegas no se hacen prisioneros, y si hay que hacerlos, se les trata como a los de la guerra de Marruecos: primero se les da un navajazo y luego, cuando aún permanecen con vida, se les cortan los testículos, se les introducen en la boca, se les cosen los labios con aguja de coser e hilo de bramante y se les deja pudrirse al sol africano en medio de horribles tormentos. Insisto: ¿nadie va a decir nada? ¿Acaso es el gremio de los cocineros distinto de cualquier otro gremio? Felizmente, no, y aquí ha llegado el cocinero Santi Santamaría para restablecer el orden natural de las cosas y devolvernos el sosiego. El método usado por Santamaría para arremeter contra Adrià (no se engañen: es contra Adrià, no contra nada más) es más antiguo, contrastado y eficaz que el usado en la guerra de Marruecos: no le acusa de que lo que cocina no está rico, sino de que lo que cocina está rico porque, al usar sustancias prohibidas y perjudiciales para la salud, hace trampas; es decir: no se trata de una acusación gastronómica, sino ética; es decir: se trata de una acusación de falta de principios. Queda dicho. Ya no importa que después venga el Ministerio de Sanidad, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, catedráticos de todas las universidades y el Santo Padre a decir que lo que dice Santamaría es falso. Lo dicho, dicho queda. Qué alivio: en realidad, Adrià no ha conseguido la proeza que ha conseguido de buena manera, sino con malas artes; en realidad, Adrià no es más que un estafador sin escrúpulos. En suma: un hurra por Santi Santamaría.
2
Ah, la ética; ah, los principios; ah, sobre todo, la pureza de principios: ¿cuántos crímenes se cometen en tu nombre? La realidad demuestra que, en el noventa y nueve por ciento de los casos, quien arremete blandiendo la ética y la pureza de principios como sendas cachiporras es porque no puede arremeter con otra cosa y porque es un inmoral y un corrupto carente de principios. Ocurre en todas partes y en todos los gremios, y ahora lo está padeciendo en sus carnes Mariano Rajoy, quien desde que perdió las elecciones no habrá dejado de acordarse de un grito digno de la guerra de Marruecos atribuido indistintamente a Pío Cabanillas y a Rodolfo Martín Villa, en todo caso a uno de esos políticos que consiguen subirse a un coche oficial a los veinte años y no bajarse de él en el resto de su vida: "¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!". No hay que ser un Ferran Adrià de la estrategia política para predecir que, a menos que el PP baje del monte en que lleva subido desde hace más de cuatro años en compañía de los obispos, jamás va a volver a gobernar este país. Ahora bien, contra lo que todos ustedes sospechaban, la guerra salvaje en el PP no es -como lo son todas las guerras, incluida la guerra de los cocineros- una guerra por el poder, sino una guerra ética, una guerra por los principios, una guerra por la pureza de los principios. Lo ha recordado oportunamente José María Aznar, quien, a la vista de que Rajoy parece considerar la posibilidad de bajar del monte, ha arremetido contra él con la cachiporra de los principios. ¿Y cuáles son los principios de Aznar? ¿O cuáles son los principios del PP según Aznar? Lo sabemos: uno, no pactar absolutamente nada con los nacionalistas; dos, no hablar de absolutamente nada con ETA. Queda dicho, y ya no importa que Aznar llegara al poder en 1996 pactándolo absolutamente todo con los nacionalistas y que después hablara hasta hartarse con ETA. Los principios son los principios, y la pureza es la pureza. Dos hurras por José María Aznar.
3
¿Significa esto que la humanidad está perdida? ¿Que en el mundo no hay más que corruptos carentes de principios? ¿Que no existe la pureza de verdad? En absoluto: están los niños de edades comprendidas entre uno y dos años y Diodoro el Dialéctico, aquel sabio antiguo que, según cuenta Montaigne, "falleció en el acto, embargado por un sentimiento extremo de vergüenza, porque no supo eludir, en su escuela y ante el público, una objeción que le habían presentado". Santi Santamaría y José María Aznar deberían tomar ejemplo. Y ahora sí: griten ustedes conmigo; tres hurras por Diodoro: ¡hip, hip!
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