
Me equivoco, lo doy por supuesto. Asumo mi condición de antiguo. Soy uno de esos rojos trasnochados que no acaban de entusiasmarse con la jornada laboral de 65 horas. Tampoco me parece que deban socializarse las pérdidas de los empresarios, si no se socializan sus beneficios. Estoy fuera de onda, claramente.
Será por eso que no pillo el sentido del premio a Google. El jurado del Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades considera que la empresa premiada este año "contribuye de manera decisiva al progreso de los pueblos, por encima de fronteras ideológicas, económicas, lingüísticas o raciales". ¿Por encima de fronteras? Yo pensaba que Google había hecho en China todo lo contrario.
Creía haber leído en alguna parte que los usuarios chinos de Google no pueden buscar palabras como "Tíbet", ni usar el servicio de mensajería electrónica, ni bloguear libremente. Estaba convencido de que Google se había plegado a todas las condiciones impuestas por el Gobierno de Pekín con tal de introducirse en el mercado chino. Utilizo el buscador de Google y, en efecto, hay un montón de artículos (occidentales) que hablan de esto.
Google es una empresa privada y tiene todo el derecho a pactar con las autoridades chinas. Sus dirigentes no sólo han puesto a disposición del usuario (fuera de China) una portentosa tecnología: además, han sabido explotarla comercialmente. Googleando un poco, encuentro que Google ganó el año pasado 4.203 millones de dólares. ¿No basta con ese premio? ¿Necesitan también un reconocimiento a su labor humanística?
Como muchos otros periodistas, yo habría preferido que se premiara a Manu Leguineche. Si el premio está relacionado con las humanidades, le correspondía a alguien que las representara. Me parecía que humanismo y verdad estaban relacionados. Google, en mi opinión, es sólo un fabuloso contenedor en el que verdad y mentira se mezclan de forma indistinta.
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