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Crónica:La protesta desde la A-1 | Tercer día del paro de transportistas
Crónica
Texto informativo con interpretación

Madrugada en el camión de los piquetes

Tres hermanos, hijos y nietos de transportistas, participan en los piquetes acampados en la autovía de Burgos - Uno de ellos fue detenido por la protesta

Pilar Álvarez

Jesús, como quien dice, ha nacido en un camión. Su abuelo era transportista, como su padre, ya retirado. Y sus seis hermanos varones. Son 10 en casa. "Mi madre no quería esto para nosotros, pero es lo que hemos mamado", cuenta en la cabina tras una bandera negra con una calavera, mientras suenan Los Héroes del Silencio en su CD. Dice que le ahogan las deudas, que ya no se puede vivir de un negocio que ha alimentado a tres generaciones de los Fernández.

Está parado, en el kilómetro 13 de la autovía de Burgos, con decenas de compañeros empeñados en entrar por la M-30 para escenificar su huelga. Arranca la tercera noche de acampada. Ni Jesús ni sus hermanos Eloy y Carlos, que preparan las camas para dormir, saben que será la última. Quedan pocas horas para que la policía los saque de allí a la fuerza y se lleve detenido a uno de los tres.

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"Si te pones a echar números, es una locura, dan ganas de dejarlo". Sentado en el asiento del copiloto, Jesús desmenuza las cuentas. Es autónomo y factura unos 5.000 euros al mes. De ahí hay que descontar el gasóleo, los seguros, el IVA, la letra del camión, la hipoteca de una casa en un pueblo de Toledo, a 70 kilómetros de la de sus padres porque no podía pagar nada más cerca. Las cuentas bajan a 1.600 euros limpios por 12 horas diarias de trabajo entre conducción y descansos y tres noches a la semana fuera de casa.

La foto de Christian, su bebé, está colgada sobre el volante. Un niño de mofletes generosos. Y la de Miri, su mujer, una rubia preciosa con los ojos de gata. Antes de quedarse embarazada, ella le acompañaba en los viajes. Iban juntos a Bailén, a Algeciras... "A Miri le encantaba esto". Ahora espera en casa, preocupada. "Me ha dicho que si hay problemas, me esconda debajo de la cama". Su camión tiene dos literas, nevera, un DVD pequeño con televisión y una cruz de Caravaca colgada.

Eloy no lleva cruces en la suya. "Soy el único ateo y heavy de la familia". Le apodan El Chiquitín. Ironía. Mide 1,96 metros. Tiene 41 años, 10 más que Jesús, dos más que Carlos, que ha ido un momento a casa a pegarse una ducha antes de volver al camión a dormir. Los tres se parecen mucho. Pero está clara la jerarquía.

Es su segunda noche de huelga, con 70 camiones empeñados en pasar a la M-30 que han retenido la circulación de los coches con un único carril libre a cada lado. Su acampada se ha convertido en embudo y pesadilla para otros conductores. Ya de noche no pasa casi ninguno. "Vámonos a cenar ya, que la muchacha tendrá hambre". La muchacha es la periodista, a la que miman como a una hermana. "Niña, vente p'acá, cuidado con los coches". Cruce por la vía de servicio hacia el polígono de La Moraleja. Cinco siluetas con chalecos amarillos entre los focos de los coches. Salen en grupo a buscar algo que echarse al buche, pero se encuentran la hamburguesería cerrada.

Viaje en coche a la gasolinera del Campo de las Naciones, ya sin las colas de los últimos días. Café y bollería para todos. Los dos hermanos hablan apasionadamente de coches y mecánica con el cuñado, Chema, también camionero, también huelguista, y otros dos compañeros más. Se enzarzan en una discusión ininteligible sobre piezas y modelos. Eloy traduce. "Uno dice que su coche es más grande y otro que el suyo es más bonito". Mucho más claro ahora.

Un poco más despiertos por la cafeína, la comitiva vuelve al kilómetro 13. Noche cerrada y pocas ganas de acostarse. A unos metros, otros camioneros preparan un botellón del que los Fernández pasan. Es la hora de las historias que casi dan miedo. Hablan de las visiones que provoca el cansancio en ruta. Como la de la carretera de Cáceres, llena de curvas sinuosas que se transforman en una serpiente que viene hacia ti cuando estás a punto de quedarte dormido. O el temible lobo negro. "Cuando ves al lobo negro hay que pararse", dice Eloy. Debe de ser verdad que lo ven: mientras lo cuentan muestran los brazos con el vello de punta, y no hace frío.

Carlos regresa al filo de las dos. Ha decidido cederle su camión a la muchacha e irse a dormir con su hermano. Tiene un tráiler de 90.000 euros ya pagados con el que transporta tierras para las obras. Es un tipo de transporte más cómodo, que garantiza dormir todas las noches en casa. Pero ya no hay tanta demanda como durante el boom de las constructoras. Y eso se nota. Carlos, con tres hijos, dice que pierde unos 1.000 euros al mes desde principios de año. ¿Cómo se apaña? "Ya sabes, voy tirando de lo que tengo en el bote".

Su cabina, hoy habitación de invitados, tiene una cama detrás de los asientos justo para tenderse sin dificultad. Almohada, sábanas y mantas. "Si tienes frío, enciende el calefactor, si te aburres, pon la radio". El lecho resulta bastante cómodo. Carlos deja la emisora encendida antes de despedirse por si la muchacha necesita algo. Pero el cacharro se llena de voces a partir de las cinco de la mañana, cuando se suman nuevos camioneros a la huelga que radian sus vicisitudes para aparcar detrás y al otro lado de los que han pasado la noche. A las siete es imposible seguir durmiendo. Los coches ya hacen cola en ambos sentidos de la A-1.

Jesús se levanta con un cigarro en la boca. Mientras preparan el café con galletas en una cafetera enganchada al mechero del coche, anuncia que se marcha un rato a casa. Necesita una ducha, abrazar al niño, ver a la mujer. Cuando se marcha, llegan las furgonetas del Cuerpo Nacional de Policía. Vuelve justo con las primeras detenciones. Se han llevado a Carlos. Eloy, libre, está preocupado porque le han requisado el camión. Jesús se lleva el tráiler, ese que regalaría sin pensarlo al primero que asumiera sus deudas.

Dos de los camioneros participantes en la protesta de los transportistas charlan en el interior de su vehículo.
Dos de los camioneros participantes en la protesta de los transportistas charlan en el interior de su vehículo.CLAUDIO ÁLVAREZ

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Sobre la firma

Pilar Álvarez
Es jefa de Última Hora de EL PAÍS. Ha sido la primera corresponsal de género del periódico. Está especializada en temas sociales y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en este diario. Antes trabajó en Efe, Cadena Ser, Onda Cero y el diario La Opinión. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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