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Tribuna
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El hombre que no inventó los tejanos

De Yves Saint Laurent (YVL) se ha dicho que inventó toda la vestimenta del siglo. Él pensaba lo mismo, pero añadía que sólo lamentaba no haber inventado los tejanos. Por razones profesionales estuve en París la semana pasada. A primera hora de la tarde del jueves aproveché que estaba en pleno centro para dirigirme a una tienda de la Rue Saint-Honoré a comprar un DVD de Mark Jacobs que me había pedido mi ahijada. Una multitud ocupaba algunos centenares de metros de la calle y de las adyacentes. La tienda estaba a dos pasos de la iglesia donde se celebraba la ceremonia de despedida del modista. Mujeres de todas las edades y condición y algunos hombres dejaban espacio para que pasara la caravana de automóviles negros con los invitados selectos que entrarían en la iglesia. El famoseo tipo Hola es un rasgo deprimente de las sociedades urbanas que no tiene fronteras.

No parece que las autoridades tengan capacidad para que la ciudad de calidad esté al alcance de todos

Y sin embargo, aquella masa heterogénea que se despedía de Yves Saint Laurent viendo pasar los autos con bo-bos (bourgeois-bohémiens) amigos del gran diseñador, las autoridades y las élites económicas y culturales, que se pasó horas de pie en la calle, me pareció que representaba muy bien a Saint Laurent, su espíritu, o mejor dicho: su contribución a la democratización de las sociedades desarrolladas. Su álter ego Pierre Bergé, el que creó para él, joven director de Chistian Dior, la casa YSL, lo explicó en una frase que cita Le Nouvel Observateur: Chanel dio a las mujeres más libertad, Yves les ha dado poder. Bergé, bo-bo de excelencia, sabe de que habla, hombre de poder económico y gran influencia política y cultural, amigo y apoyo de Mitterrand, y patrocinador de múltiples iniciativas de la izquierda, un personaje clave, blanco y negro mezclados, en las relaciones entre una parte de las élites del poder y los medios políticos y culturales socialistas y verdes.

No todas las mujeres han llevado vestidos de YSL pero todas de alguna forma fueron vestidas por él. Como la buena arquitectura urbana, el mejor diseño no es el que crea una obra singular, sino reproducible, a distintas escalas, con materiales diversos, para usos y personas diferentes. Como los jeans que Saint Laurent no pudo inventar. Pero sí que inventó el traje chaqueta pantalón para las mujeres y el esmoquin actual para los hombres. El diseño de una blusa y un pantalón de YSL ha servido para vestir a divas del espectáculo como Catherine Deneuve, a sofisticadas ministras burguesas y a jovencitas de las periferias populares. Fue un anacronismo ridículo que en los años sesenta en algunos restaurantes de París o de Manhattan no se dejara entrar a una portadora de un pantalón YSL. Y es una democratización fantástica que este pantalón se encuentre desde hace décadas en las tiendas del barrio.

Cuando me senté esta mañana de domingo (y sin embargo no llueve) a escribir este artículo que leerán ustedes dentro de unas horas, pensaba referirme a París, al nuevo "gran proyecto presidencial" lanzado por Sarkozy, le Grand París, le grand pari (la gran apuesta). Y establecer un paralelismo con el discurso del nuestro alcalde en la Tribuna Barcelona del lunes pasado, centrado en la "capitalidad". Buscaba un título y, para no aburrir demasiado al lector, referirme también a los dos personajes que han ocupado la atención de los medios, Obama en todo el mundo e YSL en París especialmente. Veo las imágenes de la portada del Observateur y me confirma la elección: junto a Sarkozy y la por ahora inevitable Carla Bruni, aparecen Obama y Saint Laurent. Sobre Obama es difícil decir algo nuevo. En Europa está de moda. Aproximadamente el 70% piensa que, si no gana Obama, el mundo irá mucho peor, como declaraba esta semana el Nobel inglés Harold Pinter. Sobre Sarkozy y París algo me ha llamado la atención por su aparente paralelismo con YSL.

El discutido y derechista presidente francés ha declarado solemnemente que hay que construir un gran París del siglo XXI que sea una "ciudad de ciudades", que vaya incluso más allá de la región; se habla por ejemplo de una eje urbano París-Le Havre. En este grado de indefinición todo es posible, desde un horror de fragmentos hasta un interesante modelo policéntrico. O que no sea más que un nuevo juego de artificios en cuyos intersticios se colaran algunos grandes proyectos especulativos. Pero lo que llama la atención es, por una parte, la selección de los equipos, y por otra, la intención política. En un concurso previo se han seleccionado 10 equipos con muchos nombres famosos, con un arquitecto mediático al frente, que deberán hacer propuestas antes de finales de año. Cada equipo por separado, pero en permanente comunicación entre ellos, pues no es un concurso, todos ganan y el Gobierno decidirá, o los gobiernos pues la región (socialista), los municipios y la alcaldía de París (socialistas, comunistas y verdes) participan en el comité del Estado que dirige el proyecto. Lo curioso, o no tanto, es que por lo menos ocho de los 10 son claramente de izquierda, tanto en el plano profesional y cultural como en el político. Y el discurso hegemónico es el de la compacidad, la mixtura social, la sostenibilidad, la igualdad de los ciudadanos en el territorio, la primacía de lo "público", el rol director del Estado. El presidente, por su parte, se "compromete" a tomar las decisiones políticas, incluyendo la reforma radical del mapa institucional, para hacer posible el "proyecto urbano" síntesis de las propuestas. Podemos dudar, pero algo se mueve.

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Mientras tanto el alcalde de Barcelona se queda encerrado en un solo juguete, el municipio, proclamando la "capitalidad", bloqueado por las baronías territoriales, por la debilidad del Gobierno autónomo y por la inexistencia de una política de "grandes ciudades" por parte del Estado. YSL puso el buen diseño al alcance de todos. Hoy que todos vivimos en áreas urbanas, en muchos casos suburbanas, no parece que las autoridades políticas tengan la misma capacidad para que la ciudad de calidad esté al alcance de todos los ciudadanos.

Jordi Borja es profesor de la UOC.

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