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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El éxito llama al fracaso

Paul Krugman

Crucen los dedos, toquen madera; es posible, aunque no es del todo seguro, que lo peor de la crisis financiera haya pasado ya. Ésta es la buena noticia.

La mala es que, a medida que van estabilizándose los mercados, se nos podrían estar escapando las oportunidades de realizar una reforma financiera esencial. Por consiguiente, es probable que la próxima crisis sea peor que ésta. Veamos cómo se ha desarrollado la historia hasta el momento.

Tras la crisis financiera que señaló el comienzo de la gran depresión, los impulsores de la reforma del new deal regularon el sistema bancario con el objetivo de proteger a la economía de futuras crisis. El nuevo sistema funcionó bien durante medio siglo.

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Sin embargo, Wall Street terminó llevando a cabo una táctica evasiva ante la regulación, haciendo uso de complejos arreglos financieros para que la mayor parte del negocio de la banca quedara fuera del alcance de los reguladores. Washington podría haber revisado las reglas para que cubrieran este nuevo sistema bancario en la sombra, pero eso habría ido en contra de la ideología de la época del culto al mercado.

En lugar de eso, los principales responsables, empezando por Alan Greenspan y siguiendo por abajo, elogiaron la innovación financiera y desdeñaron las advertencias respecto a los riesgos cada vez mayores.

Y entonces llegó la crisis. El pasado agosto, cuando los inversores empezaban a darse cuenta de la magnitud del desastre de las hipotecas, se derrumbó la confianza en el sistema financiero.

Creo que hemos tenido mucha suerte de tener a Ben Bernanke en la presidencia de la Reserva Federal (Fed) en estos tiempos difíciles. Puede que le falte el talento de Greenspan para hacerse pasar por el Mago de Oz, pero es un economista que ha reflexionado largo y tendido sobre la gran depresión y la década perdida de Japón en los años noventa, y comprende lo que está en juego. Bernanke se percató, más rápidamente que otros, de que nos encontrábamos en una situación que guardaba una semejanza muy grande con la gran crisis bancaria de 1930-1931. Su principal prioridad, por encima de cualquier otra preocupación, debía ser evitar una cascada de quiebras financieras que paralizarían la economía.

Los planes de la Reserva Federal estos últimos nueve meses me recuerdan a la antigua serie de televisión MacGyver, cuyo ingenioso héroe siempre se escapaba de situaciones complicadas montando útiles con unos cuantos objetos cotidianos y un poco de cinta adhesiva.

Como las instituciones en apuros no tenían el nombre de bancos, las herramientas habituales de la Reserva Federal para abordar los problemas financieros, diseñadas para un sistema centrado en los bancos tradicionales, resultaban en gran medida inservibles. Por eso ha improvisado unos arreglos provisionales para salir del paso. Estaban el TAF y el TSFL (no pregunten), y las líneas de crédito para los bancos de inversión, y todo culminó con el rescate sin precedentes y legal por los pelos de Bear Stearns en marzo, un rescate no del propio Bear, sino de sus contrapartes, todos aquellos que estaban en el otro lado de sus apuestas financieras.

Aún no está nada claro si todas estas improvisaciones han resuelto la crisis, pero era lo que había que hacer y, por el momento, parece que las cosas se están calmando.

Así que dos hurras por Bernanke. Desgraciadamente, su propio éxito -si es que ha tenido éxito- presenta otro problema: le da al sector financiero la oportunidad de bloquear la reforma.

Ahora sabemos que las cosas que no se llaman bancos pueden, a pesar de ello, generar crisis bancarias y que la Reserva Federal tiene que llevar a cabo rescates parecidos a los de los bancos por su bien. Por consiguiente, los fondos de cobertura, los vehículos especiales de inversión y otras cosas por el estilo requieren una normativa similar a la de la banca. En concreto, se les tiene que exigir que tengan el capital adecuado.

Pero aunque el sistema financiero fuera de control ha sido negativo para el país, ha sido muy positivo para los trapicheros, que se llevan unos honorarios astronómicos cuando las cosas parecen ir bien y luego consiguen escapar ilesos -y, de hecho, normalmente con grandes indemnizaciones por despido- cuando las cosas se tuercen. Ellos no quieren normativas; estabilizarían la economía, pero les cortarían las alas.

Y ahora que los nubarrones financieros se han disipado un poco, el viento contra una regulación razonable sopla con fuerza. Incluso la muy modesta propuesta de la Reserva Federal de limitar las hipotecas abusivas con nuevas normas está en la línea de fuego y hay signos alarmantes de que la Reserva podría echarse atrás.

A lo mejor una victoria arrolladora de los demócratas en noviembre consigue revivir la causa de la reforma financiera, pero ahora mismo parece que no vamos a tardar en volver a lo de siempre.

El paralelismo que me preocupa es el que se puede establecer con lo que pasó hace 10 años, después de que quebrara el fondo de cobertura Long-Term Capital Management (LTCM), a raíz de lo cual se congeló temporalmente todo el sistema financiero.

Gracias a la suerte y a la astucia se pudo contener esa crisis, pero en lugar de servir de advertencia, dicho episodio alimentó la creencia errónea de que la Reserva Federal contaba con todas las herramientas que necesitaba para resolver las crisis financieras. Así que no se hizo nada para remediar las vulnerabilidades que puso de manifiesto la crisis de LTCM y que son las mismas que dan origen a la crisis actual, la cual es mucho más grave.

Y si no arreglamos el sistema ya, hay buenas razones para creer que la próxima crisis será aún mayor y que la Reserva Federal no tendrá suficiente cinta adhesiva para remendar las cosas.

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