Añorando rivalidades
Pedro Romero-Costillares, o Pedro Romero-Pepe Hillo. Después, El Sombrerero-Leoncillo, Cúchares-El Chiclanero, El Tato-El Gordito, Lagartijo-Frascuelo (sobre todo estos dos), Machaquito-Bombita, Joselito-Belmonte... El toreo creció sobre la pasión de grandes rivalidades, que dividían a los aficionados, llenaban las plazas y agitaban los debates. Toreros grandes de estilos contrapuestos, en general toreo de mando y seguro con el estoque frente a un superior sentido artístico. O el clasicismo frente a la revolución. O rivalidades regionales, o de ciudades, o de barrios de una misma ciudad. Pero rivalidad en todo caso, algunas sostenidas hasta una década, o incluso dos.
Echo de menos eso en el toreo. Me parece que Hemingway también lo echaba de menos, y por eso se inventó un poquito aquello de Dominguín y Ordóñez en su Verano sangriento. No fue aquello una verdadera rivalidad, ni ha existido ninguna que yo recuerde en los tiempos modernos. Algún apunte muy fugaz: que si Manolete y Arruza, por ejemplo. O cosas muy limitadas a ámbitos concretos, sea una escuela (Curro Romero y Rafael de Paula, cuyos seguidores respectivos miraban con recelo al otro) o una ciudad (Capea y Julio Robles dividieron Salamanca). Pero El Viti y Camino no entablaron duelo largo y sostenido, ni ninguno de ellos con El Cordobés, que paseó sin competencia su impostura. Lo eché de menos en su día. Como eché de menos que en la primera época de José Tomás le plantase cara Enrique Ponce, con desafíos sostenidos en Madrid y en otras grandes plazas.
Hace muchos años que los grandes se huyen. Se enfrentan, sin compromiso, en escenarios menores, con ganado de garantías y aplauso fácil para ambos. Me falta el atrevimiento del que decide ser número uno y pretende demostrarlo, y desafía, aceptando el riesgo de perder, ansiando la gloria de ganar. El toreo es grandeza, pienso, pero no termino de encontrarla en esa sucesión de décadas de figuras que cuidan su parcela pero no se atreven a disputar la del vecino. Quizá por eso me refugio en el fútbol. Ahí sí que tenemos a Frascuelo y Lagartijo. O sea, Madrid y Barça. Desde hace un siglo, y lo que te rondaré, morena.
Alfredo Relaño es director de As.
Babelia
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