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Columna
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Coslada: barra libre

Jesús Ruiz Mantilla

Como la cosa siga así, los que vamos a tener que pedir a la policía que se identifique somos nosotros, los sufridos ciudadanos de la Comunidad de Madrid. El pifostio de Coslada es para salir huyendo. El cabrón ese, da igual el nombre, tenía atemorizada la ciudad con una trama en la que decenas de agentes campaban a sus anchas por el pueblo, cobrando mordidas, acostándose gratis con prostitutas, poniéndose hasta el culo de copas y coca en los bares, maltratando como perros racistas a los inmigrantes y quién sabe qué más... No les ha quedado nada por saltarse en la ristra de delitos tipificados por el Código Penal. Perseguían claramente batir un récord Guinness de choriceo.

Como nada es casualidad, el sheriff había nacido en Alcantarilla (Murcia), seguro que un pueblo lleno de bellísimas personas y gente honrada. Pero estadísticamente alguno tenía que hacer honor al nombre. A medida que se va tirando de la truculenta madeja, la superficie se va inundando con una peste propia de las cloacas. Todo alrededor queda salpicado. Cuanto más nos enteramos de la cosa, más nos aterramos. Porque el escándalo de Coslada es un fallo en cadena en pleno ombligo del sistema y no se libra ni Dios de culpa.

Me pregunto cómo les instruirán, qué valores les inculcarán en esa loca academia de policía

Andábamos muy sobraos por estas latitudes europeas convencidos de que la corrupción, la indefensión, el atropello público eran más propios de las repúblicas bananeras o de las películas americanas. Que aquella fina línea que separa la legalidad del delito se traspasara con tanto descaro nos parecía exótico. Pues nada. Aquí, en Madrid, también se estila. Lo malo es saber si parará en el Guateque de la capital o en la mafia de Coslada. Los dos asuntos son tan gordos que resultaría extraño que fueran casos aislados.

Pero parece que todo quisqui se va de rositas. Miran para otro lado o culpan a los ciudadanos por no denunciar. Enfurece casi más la actitud y las reacciones de los responsables públicos que la calaña de los delincuentes. Sólo un edil tuvo el arrojo de perseguir al pavo este. Juan Granados (PSOE) le metió un puro, pero tuvo que venir un juez a arreglarlo todo y obligar a que se le readmitiera en su puesto. Grandioso el poder judicial, como de costumbre.

El mismo delito tienen los tres alcaldes que se han lavado las manos hasta el momento. De todo signo, además: José Huélamo (IU), Raúl López (PP) y ahora Ángel Viveros (PSOE). El último, en plan cachondo. Diciendo que de haber sabido algo, hubiese actuado. Lo que era un clamor en todo el pueblo no consiguió penetrar la insonorización de su despacho. A lo mejor es que se ha confundido de localidad. Mira que si en vez de alcalde de Coslada lo es de Rivas-Vaciamadrid y no se ha enterado todavía. Que alguien le avise, hagan el favor. El mismo líder regional, Tomás López, por ejemplo, que tanto ha salido en su defensa: que le indique el camino a seguir, el más adecuado, el de la puerta. Así, de paso, a ver si el PSOE recupera la credibilidad en estado catatónico que le queda en la Comunidad.

Pero hay otra cosa que inquieta mucho más porque, de no pararlo ya, puede ser una plaga. Entre los agentes implicados, los más temibles eran los jóvenes. Cachorrillos recién salidos de la Academia Regional de Policía Local. Me pregunto cómo les instruirán, qué valores les inculcarán en esa loca academia de policía.

Desconfianza me parece una palabra suave para describir lo que los madrileños sentiremos a partir de la canallada de Coslada. Cuando nos topemos con alguno de estos maderillos adiestrados para delinquir, más bien terror es lo que nos va a entrar. Que nos perdonen si les da por extorsionarnos y no los denunciamos. No se lo tomen a mal, hombre. Es que somos como niños. Nos echaremos a temblar con algo de razón. Pónganse en nuestro pellejo. Sencillamente, comprenderán que nos entre el canguele. ¿O no? Lo mismo que les pasará a ustedes cuando abandonen el cargo y se bajen de sus coches oficiales para defenderse por la vida como sencillos vecinos. Aunque sólo sea porque saben mejor que nadie de dónde ha salido este monstruo.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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