Los hijos de la inmigración se quedan
La prueba de la integración de la segunda generación es el acceso al empleo
Ni de aquí ni de allí. O de ambos mundos. ¿De dónde son los inmigrantes que ya han nacido o crecido en Andalucía? "Yo soy de aquí", dice Amara, 12 años, hija de colombiana y sevillano. "Viviendo aquí me siento español, pero un español distinto, como con más complementos", contesta su hermano Antonio, de 16. Fue una pregunta que Saloua Bouzid, de 28 años, detestó durante años hasta que leyó Identidades asesinas de Amin Maalouf y se entendió. "Soy nacida en Bélgica, de origen marroquí, criada en Sevilla. Y soy todo eso", aclara ahora.
Los padres de Xiuzhen Yang sueñan con volver a China. Ella no.
"Son chavales educados con aspiraciones altas, de clase media"
El primer estudio realizado en Andalucía, donde residen de forma regular casi medio millón de extranjeros, sobre la segunda generación de inmigrantes se circunscribe a Huelva. Es una aproximación a jóvenes y adolescentes de entre 12 y 19 años de 35 centros educativos, la mayoría de nacionalidad rumana, marroquí y colombiana. Más de la mitad se sienten "parte de la sociedad española" y sólo el 13% preferiría vivir en otro lugar.
De momento, ningún indicador alarma. Pero España, que comenzó a recibir inmigrantes más tarde que otros países europeos, tendrá que afrontar en pocos años el reto de integrar a los hijos de quienes llegaron buscando trabajo, "los hijos fronterizos, los hijos de nadie", en palabras de la guineana Mila Obama, representante legal de Afromujer. Y no hay grandes ejemplos donde mirar. Francia fracasó en su modelo, como evidenció el estallido de los jóvenes de segunda y tercera generación relegados a los suburbios urbanísticos y laborales.
"El momento más complejo", advierte Estrella Gualda, profesora titular de Sociología de la Universidad de Huelva y autora de la investigación, "será si encuentran pautas discriminatorias cuando vayan a enfrentarse al mercado laboral porque son chavales educados con aspiraciones altas, de clase media". Si a uno le educan para aspirar a todo, la frustración y la rebeldía de sentirse relegado por razón de piel, cultura o religión puede alimentar hostilidad, ira y violencia. Y la mayoría está aquí pensando en quedarse.
De los entrevistados por la socióloga Gualda, casi un tercio confesó que retornaría a su país de origen si pudiera, pero otro 43% aseguró que se quedaría en España. Como Xiuzhen Yang: "Mi pensamiento es quedarme a vivir, me he acostumbrado a la forma de vida, a lo mejor porque he venido con 11 años y es más fácil porque mis padres piensan en irse a China cuando sean mayores". Xiuzhen Yang tiene 15 años. En el instituto sevillano Antonio Machado la conocen como Tatiana. Es el nombre que eligió para salvar las dificultades de pronunciación del original. Sufrió algunas bromas gruesas mientras desconoció el idioma, pero ahora se siente cómoda. Se regocija con el hecho de ser la única extranjera del instituto: "No es un problema, me gusta".
También Saloua fue la única inmigrante del colegio sevillano durante años. Sin problemas hasta que, cuando tenía ocho años, estalló la primera guerra del Golfo. "Las pasé canutas, me pegaban, me marginaban, fue horrible. Los profesores pidieron a mi madre que no me llevara, pero ella dijo que tenía que ir al colegio y defenderme". Y así fue. Saloua se pegó con la líder de la pandilla, que ahora es una de sus buenas amigas, y se acabó su particular guerra del Golfo.
En realidad, la discriminación que no perdonó fue la del instituto Herrera en el que no pudo matricularse como el resto de sus compañeros. Así que se fue a Tánger (Marruecos) con su familia materna y estudió tres años en el centro español del Severo Ochoa. "Fue divino, estaba con gente como yo que vivía en dos mundos, dentro del instituto era España y fuera, Marruecos".
Luego regresó, se hizo educadora de menores de alto riesgo, trabajó de mediadora y, desde hace unos años, de operadora trilingüe del 112 (árabe, francés y español). Se casó con un sirio-español, vive en Brenes (Sevilla) y lucha para que sus dos hijos crezcan sin problemas de identidad como el suyo. Xiuzhen se cambió el nombre por Tatiana, pero Saloua odiaba que le llamara Sally. A cada uno lo suyo. Si sus niños son musulmanes y el colegio celebra la Semana Santa con una procesión, Saloua se estruja para ver como integrarles sin arrancarles lo propio. "Hablé con la profesora y decidimos que el niño saliera en la profesión de periodista", desvela con picardía.
La identidad es algo complejo y magnificado. Pero existe la sensación de ser un pueblo, de una cultura o de una religión. O de ninguna. O de todas. También eso es una identidad.
Cuando Antonio tenía nueve años sentía "vergüenza" por su color. Acabó reivindicándolo: "Me dicen negro, y yo soy negro". Su hermana Amara también le da vueltas a la piel.
-¿A ti te gusta ser negra?, le pregunta a su madre.
-Me encanta mi color. Tú eres naranjita, tercia Cristina.
-Yo soy de aquí, española, zanja Amara.
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