"Sus víctimas estaremos condenadas para siempre"
Desde hace casi cinco años, una pesadilla pasea por la mente de Rosa. En ella, su ex marido llama a su puerta para llevarse a sus dos hijos. Él es José María Cenamora, el guardia civil condenado a cuatro años y medio de cárcel por abusar sexualmente de su hija y de su hijastra, Patricia, quien acabó suicidándose.
Ahora, esa pesadilla está un poco más cerca de convertirse en realidad, ya que, una vez que el condenado cumpla un año y medio de cárcel, podrá recuperar la patria potestad sobre sus hijos. "Es una escena que me aterra", explicó ayer a EL PAÍS. Después de tantos años de lucha, se siente incapaz de entender cómo un juez que condena a una persona por abusar de su hija permite que el condenado y su víctima sigan viéndose una vez cumplida la pena. "Me gustaría saber qué pensaría ese juez si fueran sus hijos los que sufriesen abusos" se pregunta. "El agresor estará en la cárcel cuatro años. Nosotras, sus víctimas, estaremos condenadas para siempre", afirma.
Rosa y su abogada, Victoria Blanco, están decididas a recurrir la sentencia del Juzgado de Móstoles. Y no sólo para evitar que el guardia civil recupere la patria potestad sino también para incrementar su condena al máximo posible: seis años de cárcel. Pero su lucha no quedará ahí. Su objetivo final es que las autoridades tomen conciencia del problema. "Es necesario que se endurezcan las penas pero, sobre todo, que se vigile a las personas que cometen este tipo de delitos, porque pueden volver a hacerlo y entonces es cuando todos nos llevamos las manos a la cabeza", explica con determinación.
Una vez que cumpla su pena, Cenamora volverá a la Guardia Civil. "Así funciona este país, en el que una persona que comete este tipo de delitos puede después ser responsable de nuestra seguridad", se lamenta Rosa.
Tras la aparente dureza de sus declaraciones se esconde una persona "destrozada". En los últimos cinco años ha visto cómo una de sus hijas de 17 años acusaba a su ex marido de abusar de ella y meses más tarde se lanzaba al metro. Ha escuchado cómo su otra hija de 10 años le revelaba el "juego secreto" de su padre. Ha visto cómo su vida familiar se contaminaba hasta el tuétano. "No me queda más remedio que confiar en la justicia y seguir luchando, porque no podemos tomarnos la justicia por nuestra mano". A eso se aferra.
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