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Reportaje:Las colecciones de EL PAÍS

De profesión: Sinatra

EL PAÍS ofrece mañana, por un euro, el primer libro-CD dedicado a 'La Voz'

Diego A. Manrique

No hubo gran amor entre Frank Sinatra y España. Aquí, el cantante y actor vivió momentos amargos de su relación con Ava Gardner. Su debú en el Santiago Bernabéu, en 1986, estuvo rodeado de confusión, atribuible a un promotor poco avezado y en absoluto responsabilidad del artista. Pero todo servía para que Sinatra fuera tratado aquí como un punching ball, blanco fácil para columnistas y radiofonistas que podían presumir de su tosco antiamericanismo e ironizar sobre las amistades peligrosas de un tipo que caía antipático. Pero, aunque hubiera sido cierto, eso no disminuía un ápice su grandeza como artista.

Una grandeza superlativa que se apoyaba en su habilidad para recurrir a una variedad de espléndidos arreglistas y músicos. Luego estaba su imperial dominio del tesoro de la canción estándar estadounidense y, muy importante, la capacidad para aportar la intensidad de su experiencia vivida a ese sublime cancionero. Sinatra también fue astuto al controlar las riendas del negocio: tuvo su propia productora cinematográfica y, más felizmente, fundó una discográfica, Reprise Records.

Había método en su frenética actividad discográfica. Por ejemplo, hasta entrados los setenta, no dejó de competir en la arena de las radiofórmulas, editando singles con voluntad de llegar al gran público. Tenía olfato para los hits y/o escuchaba a inteligentes consejeros: haciendo de tripas corazón, grabó canciones (Strangers in the night, My way) que, aunque ajenas a su estilo troncal, se convertirían en temas emblemáticos. Lógicamente, veía como enemigos estéticos y profesionales a los grupos y solistas del rock, pero llegaría a grabar piezas de The Beatles o -de forma irrespetuosa, es cierto- de Simon & Garfunkel.

Mientras peleaba por los éxitos, grababa elepés de capricho, con músicos a los que admiraba: Count Basie, Antonio Carlos Jobim, Duke Ellington, o bien organizados alrededor de una idea: canciones de cine, temas de Broadway, colecciones de swing, grabaciones con cuerdas. Pocos artistas podrían alardear de su libertad creativa. Aparte, Frank sabía arriesgarse: uno de sus discos más desconocidos es Watertown (1970), un genuino álbum conceptual.

Su productividad era legendaria: algunos días, dejaba a punto para editar hasta seis canciones. La suya era una rara combinación: ejercía de perfeccionista, pero le disgustaba pasar mucho tiempo encerrado. Seguro de sus poderes, no le importaba tener espectadores en sus sesiones de grabación. En el estudio parecía relajado, hasta displicente: así disimulaba su intensa concentración. Incluso en esa época crepuscular, Sinatra enunciaba letras y sentimientos con rotunda claridad, añadía inventivos fraseos jazzísticos, ajustaba sus decrecientes recursos al contexto instrumental concebido por Quincy Jones.

Frank Sinatra, durante una actuación en Londres en 1992.
Frank Sinatra, durante una actuación en Londres en 1992.EPA

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