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Zapaterismo y neopujolismo

Se ha confirmado ya el zapaterismo en la política española. En su primera legislatura, José Luis Rodríguez Zapatero se estrenó como un presidente de sabor azañista, republicano y autonomista, laico y abierto a la multiculturalidad. Los primeros años mostraron un Gobierno reformador en lo social, resistente y opuesto a la presión belicista estadounidense, impulsor de la reforma de los estatutos de autonomía, sensible al desarrollo de los derechos de los ciudadanos, valiente en la pacificación política del País Vasco. Pero todo lo bueno dura poco. Vino el cambio de rumbo ante la oposición desquiciada del Partido Popular y el miedo a perder el poder. Llegaron las renuncias, aumentaron las vacilaciones en dos cuestiones clave de la pasada legislatura: la negociación con ETA y la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Al final, hubo fracaso en lo primero y medio fracaso en lo segundo. Había que salvar la legislatura y la permanencia en el poder. Se hizo compitiendo con el Partido Popular en patriotismo españolista y utilizando al Gobierno para ganar las elecciones mediante medidas populistas.

El PSC, ERC e ICV se necesitan para ganar la hegemonía de un proyecto nacional de las izquierdas catalanistas

No creo que volvamos a ver al primer Rodríguez Zapatero. Esta segunda legislatura tiene ya marca de origen: el zapaterismo. ¿Qué es? Culto a la personalidad del presidente más pragmatismo político. Como lo fueron el tarradellismo, el felipismo y el pujolismo. En los ismos que complementan apellidos hay poca ideología y mucho personalismo. Y por supuesto, no hay nada de republicanismo. Lo importante es la continuidad y permanencia en el poder. El nuevo Gobierno ha dejado claro un principio por encima de cualquier comentario que pueda hacerse sobre los nombramientos y los ceses: es un Gobierno zapaterista. El Gobierno de uno con sus fieles ministras y ministros. Habrá que ver, por ejemplo, si el énfasis puesto en mostrar un Gobierno con más ministras y con la primera ministra de Defensa de la historia és más publicidad instrumental o bien compromiso real por la igualdad entre hombres y mujeres.

Las medidas que se adoptarán frente a la crisis económica y la necesidad de normalizar la política exterior española bajo la hegemonía estadounidense pueden ser puntos de enlace de lo que ya se vivió bajo el felipismo, que fue liberal en lo económico y atlantista en lo político. A su vez, el Estado autonómico no puede vivir el frenesí de la anterior legislatura. Así que existe el riesgo de una nueva etapa de armonización y freno del desarrollo autonomista. En cuanto al País Vasco, parece ya confirmado un claro retroceso hacia una política judicial y policial de restricción de los derechos, y una respuesta directa y criminal del terrorismo contra el partido socialista y sus miembros. Todo un panorama poco alentador, que avisa sobre un posible giro conservador en lo político y en lo territorial del nuevo Gobierno presidido por Rodríguez Zapatero.

En este contexto no es ni será fácil la relación entre los gobiernos de España y de Cataluña. El Gobierno tripartito de José Montilla no es el partenaire adecuado para un giro hacia el centro del Gobierno español. Sin duda, el sueño imposible para los socialistas catalanes es el modelo andaluz; es decir, la mayoría absoluta en las elecciones autonómicas. Pero esto no lo ha conseguido el PSC ni creo que suceda en el próximo futuro. Por tanto, queda una opción mejor que la del tripartito para Rodríguez Zapatero: un Gobierno de coalición sociovergente o incluso monocolor de CiU, opciones que también gustan al mundo empresarial catalán. Felipe González tardó en descubrir a Jordi Pujol. Cuando lo hizo comprobó que no eran tan distintos. Los hijos de Pujol ya se han hecho mayores e irán superando el sueño soberanista. El neopujolismo, es decir, la vuelta hacia el nacionalismo en el ser y el pragmatismo en el hacer, está a la vista. Artur Mas tendrá que introducir algunos cambios en su equipo si quiere seguir liderando la federación. Tiene tiempo porque el Partido Popular en Cataluña no es un competidor serio por el voto de centro-derecha; continúa siendo una organización sin cabeza propia y con más arribismo que calidad entre sus dirigentes.

Más vale prevenir. El Gobierno de la Generalitat no puede cometer errores porque juega en terreno adverso. El PSC corre el peligro de morir de éxito, justo cuando tiene presencia y poder en todas las administraciones. Preside la Generalitat, tiene la alcaldía de Barcelona y de las ciudades catalanas más importantes, y ministros en el Gobierno español; sin embargo, no ha ganado la imagen de ser el príncipe de Cataluña, quizás porque su príncipe es Rodríguez Zapatero. La transformación lenta hacia una federación catalana del PSOE sería fatal para su identidad como partido nacional catalán y tendría consecuencias electorales negativas para el propio PSOE. Un PSC sin fuerza para influir en la política española y al mismo tiempo condicionado por los intereses de La Moncloa puede afectar negativamente a la estabilidad del Gobierno de la Generalitat. Asimismo ERC e ICV se juegan su futuro si no consiguen conciliar su legítimo proyecto político con las políticas posibles con y desde el Gobierno tripartito. El PSC, ERC e ICV se necesitan para ganar la hegemonía de un proyecto nacional de las izquierdas catalanistas. Para conseguirlo se deben lealtad y, a su vez, tienen que mantener su propio perfil político ante el electorado. Complicado.

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Miquel Caminal es profesor de Teoría Política de la Universidad de Barcelona.

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