"No conozco poesía que no tenga una querencia por lo oscuro"
Cada uno de los libros que ha escrito José-Miguel Ullán (Villarino de los Aires, Salamanca, 1944) es diferente. Así que reunirlos en Ondulaciones. Poesía reunida (1968- 2007) (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), dice él, tiene algo de contradictorio. "Mis libros tienen mucho de órganos dispersos. Son aerolitos. Aventuras que nacen y mueren. No hay continuidad entre ellos". Ayer se presentó el volumen (más de 1.630 páginas) en la sede de la editorial en Madrid, donde se exhibe también una exposición con lo que el escritor llama agrafismos, pequeñas pinturas que tienen mucho que ver con su poesía.
"Ondulaciones es una palabra que no es ajena a mi poesía y que remite al proceso, a las fluctuaciones", explica cuando se le pregunta por el término que aglutina la tarea de tantos años. "La idea se me ocurrió en el desierto de Atacama, en Chile. No hay allí nada que hacer, ninguna distracción, sólo ese paisaje obsesivo. Y me pareció que esas ondulaciones que provoca el viento sobre la arena tienen mucho que ver con la escritura poética. Esas figuras azarosas que el viento produce invitan al tacto. Quieres recorrerlas, pero sabes que al tocarlas van a desvanecerse. Ese titubeo, esa fluctuación, esa fragilidad, esa llamada a lo táctil: pensé que esas ondulaciones servían para abarcar, no la totalidad, pero sí los rastros inestables de mis libros dispersos".
"Mi obra tiene algo de las ondulaciones que produce el viento en la arena"
"En la tribu poética predomina el pavoneo, lo cursi, lo melodramático"
Figuras azarosas, dispersión, fragilidad. En el prólogo del libro al tratar de la lengua de Ullán, Miguel Casado habla de "una lengua híbrida, de raíz heterogénea" y lanza una catarata de recursos que el poeta ha utilizado: "Voces rurales, términos dialectales, elementos de la poesía y la canción populares, del lenguaje del periodismo, la política o la publicidad, habla oral, insertos procedentes de textos ajenos de diversa índole...". Y sigue y sigue. Ullán, en algunos de sus versos, ha dicho esto de su oficio: "... El poeta reclama espuela y freno. El desconsuelo es su lenguaje; el vicio, su posada".
La poesía reunida de Ullán empieza con estos versos: "Un belga clavó un cuchillo / en la cabeza de un español...". No son los primeros que publicó. "He eliminado una parte de mi poesía, la que hice en los inicios. Hay ejemplos insignes de poetas que vuelven sobre sus versos, que los revisan, los retocan, los pulen. Para mí eso es una falsedad. Octavio Paz decía que en poesía cuando se dice ahora se dice para siempre. En ese sentido, conservo una fidelidad al instante, al momento en que cada poema surgió. Así que he querido empezar con la desnudez extrema de la parte final de Mortaja. Esos poemas que recogen noticias de los periódicos sobre muertes y suicidios (y una desaparición). Versos narrativos en una poesía que no lo es".
La conversación con Ullán sobre su poesía da múltiples saltos. Surgen sus comentarios, y cada uno de ellos recupera un instante, un afán, un descubrimiento. "Si la poesía es lo que no tiene lugar, esos libros permitían fabricarle una morada tangible...", comenta cuando recorremos los títulos que fue armando con diferentes artistas (Chillida, Palazuelo, Vicente Rojo, Antonio Saura, Sempere, Tàpies, Miró). Y así, poco a poco, saltan distintas salpicaduras: "El matiz es la respiración del poema". "No podemos desentendernos de lo mucho que nunca acaba de dejarse decir". "De tener la poesía un territorio, sería el de la duda". "No conozco poesía que no tenga querencia por lo oscuro. Todo es, de hecho, bastante oscuro". "Creo que un poeta tendría que tener siempre presente que el lenguaje no es uno más de sus bienes, y menos una prótesis para alcanzar esto o lo otro, sino el bien esencial, con todas sus fluctuaciones y claroscuros".
Polémico tantas veces, Ullán sigue manteniendo intacta su vena provocadora: "En la tribu poética predomina lo que en las restantes: el pavoneo, la cursilería, lo melodramático, los visajes de humildad, el empalago, los aires trascendentes, los sepulcros blanqueados... Hay que resignarse. Uno se consuela, a veces de uno mismo, recordando las palabras de René Char: 'No me interesa un hombre sin defectos. Es como una montaña sin grietas".
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